Donde decíamos austeridad decimos crecimiento
A juzgar por los titulares de la prensa internacional durante este pasado fin de semana, la Unión Europea, encabezada por Angela Merkel, se ha caído del caballo de la austeridad y ha abrazado la fe del crecimiento. Pero la letra pequeña de la buena nueva revela que todos los conversos no entienden la palabra crecimiento de la misma manera. Y, sobre todo, que ninguno está dispuesto a pasar el cepillo en sus propios Estados para financiar los estímulos económicos del vecino en dificultades.
"El crecimiento no debe costar necesariamente dinero", señalaba el sábado la canciller alemana en una entrevista en su país. Y aunque admitía la necesidad de acompasar el saneamiento presupuestario "con políticas que fomenten el crecimiento y el empleo", invocaba de inmediato el anatema al que la jerarquía de Berlín no está dispuesta a renunciar: "no puede ser un crecimiento a base de crédito".
Ni una palabra, por tanto, sobre relajación de los planes de austeridad ni sobre la posible prolongación de los calendarios de ajuste, que obligan a la mayoría de los países (incluido España) a colocar su déficit por debajo del 3% en 2013. De manera significativa, incluso el candidato socialista al Elíseo, François Hollande, ha ratificado ese objetivo durante la campaña electoral.
Berlín solo contempla una fórmula factible a nivel continental, que pasaría por una ampliación del capital del Banco Europeo de Inversiones (BEI). El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, ya propuso la semana pasada inyectar 10.000 millones de euros al BEI, lo que aumentaría su capacidad de financiación en 60.000 millones durante los próximos tres años. Esos préstamos, calcula Van Rompuy, movilizarían a su vez 120.000 millones de euros del sector privado.
A nadie se le escapa en Bruselas que esas cifras son una gota en un océano de necesidades de financiación de infraestructuras que, según la CE, ascienden a unos 2 billones durante los próximos ocho años. El presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, cree que para cubrir esa laguna deberían crearse los llamados "bonos para proyectos europeos", cuyo apalancamiento a través del BEI puede multiplicar por 15 o 20 los recursos disponibles en el presupuesto comunitario.
Bruselas ya ha puesto en marcha una fase piloto de esos bonos, con los que espera movilizar, si recibe la autorización de los Estados, hasta 4.600 millones con una exposición de dinero comunitario de solo 230 millones de euros. Pero se trata, por ahora, de un experimento. Y la Comisión reconoce que, incluso si sale bien, los "bonos para proyectos europeos" solo estarán disponibles a partir de 2014.
Una tercera posibilidad, mencionada ayer por El País, seguiría ese mismo modelo pero utilizando el remanente del pequeño fondo de rescate gestionado por la Comisión (en el que quedan 12.000 millones de una dotación de 60.000 millones) para atraer inversión privada. El esquema ya se ha puesto en marcha con el fondo de rescate intergubernamental (el FEEF), con el que se pretende atraer inversión de los países emergentes, pero sin demasiado éxito hasta ahora.
Frente a esos parches, se han barajado, sobre todo en el Parlamento Europeo, soluciones más estructurales, como la emisión de deuda pública (eurobonos), la conversión del fondo de rescate en un banco con acceso a la liquidez del BCE o la mutualización de parte de la deuda de los países del euro. Ninguna de ellas merecen siquiera una mención por parte de Merkel, cuya prioridad sigue siendo la ratificación y aplicación del Pacto del Euro (que obligará por ley a limitar el déficit público y frenar la deuda) sin ninguna contrapartida por su parte de momento.
A pesar de todo, el hecho de que Merkel incorpore a su vocabulario términos ajenos a la familia léxica de la austeridad denota un cambio de actitud en el Gobierno más poderoso de la UE.
Los analistas atribuyen el giro a tres posibles razones. El más inmediato estaría relacionado con las elecciones presidenciales en Francia, a cuyos votantes se les estaría enviando la señal de que la agenda del crecimiento no depende de una victoria de François Hollande sino que se podrá a llevar a cabo también si gana Nicolas Sarkozy.
El Gobierno alemán apoyaría así a distancia (Merkel anunció su intención de participar en algún mitin de Sarkozy, pero el presidente francés ha preferido evitar su presencia) a su principal aliado. Ambos han logrado una suerte de entendimiento político sobre la gestión de la zona euro que Berlín no quiere perder.
Pero la nueva prédica de Merkel también tiene lectura interna en Alemania. Tras un año 2010 marcado por el rescate de Grecia y la caída de la popularidad de la canciller, los sondeos han mejorado sensiblemente para Merkel en esta recta final de su segundo mandato. Berlín podría permitirse ahora aflojar un poco el dogal de la disciplina presupuestaria para estimular la demanda interna alemana. La entrevista de Merkel del sábado fue concedida a un diario de la antigua Alemania del Este (de Leipzig, en concreto), una zona del país que sigue necesitando apoyo del erario público central.
Por último, Alemania parece ceder en parte a la presión internacional a favor de una revisión de la estrategia seguida por la zona euro para estabilizar los mercados. Las llamadas en aras de una "graduación" del ajuste fiscal se ha sucedido en las últimas semanas. Y desde la Casa Blanca a la Ciudad Prohibida, pasando por el FMI, gobiernos e instituciones internacionales reclaman a Europa una apuesta por el crecimiento que reactive el comercio mundial.
Las próximas semanas mostrarán si esa presión externa e interna hace verdadera mella sobre Berlín. Por ahora, todo sigue pendiente de las elecciones en Francia (no solo las presidenciales del 6 de mayo, sino también las legislativas de junio, que podrían deparar una legislatura de cohabitación izquierda-derecha o de giro parlamentario hacia la extrema derecha). También de las citas electorales a nivel regional en Alemania. Y en último lugar, aunque debería ocupar el primero, la propia evolución económica de la zona euro. El 11 de mayo, la Comisión presentará sus previsiones de primavera. Y todo indica que el panorama desolador que describirán obligará a la zona euro a hablar en serio de crecimiento y dejar de utilizar esa palabra como sinónimo de austeridad.