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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La reedición de los Pactos de la Moncloa

El vendaval de deuda soberana que se ha instalado de forma persistente sobre Europa ha vuelto a colocar a España en el epicentro de una crisis que no da tregua ni respiro. La desconfianza de los inversores dejaba ayer de nuevo su impronta en una jornada funesta, en la que el Ibex retrocedía a mínimos de 2009, con casi un 3% de caída, y la prima de riesgo española cerraba por encima de los 433 puntos. Pese a los esfuerzos realizados en materia de reformas y el anuncio de nuevas medidas por el Gobierno de Mariano Rajoy, los mercados continúan sin confiar en la solvencia y fortaleza de España para hacer frente a un entorno económico extraordinariamente adverso. Al descomunal esfuerzo que el país ha de hacer para cumplir con el objetivo de déficit, cuyo último capítulo lo constituyen los recortes que el Ejecutivo ha ido desgranando en los últimos días, se añade el efecto negativo que esa medicina amarga amenaza con provocar sobre cualquier expectativa de crecimiento. España se halla cercada por el deber -inexcusable y necesario- de acatar la disciplina presupuestaria y la necesidad, también perentoria e imprescindible, de estimular un crecimiento sin el cual no podremos dejar atrás esta crisis.

Como si la situación no fuese ya lo suficientemente compleja, durante las últimas semanas se han avivado los rumores sobre la capacidad de España para salir airosa de esta situación y se ha agitado de nuevo el fantasma de una intervención que, de producirse, resultaría fatal para la imagen y la solvencia de nuestra economía en la Europa del euro. Todo ello ha elevado al máximo la presión política sobre Rajoy, como primer responsable de pilotar la gestión de esta crisis y de reconstruir ante los mercados internacionales y ante el resto de Europa la confianza que España ha perdido desde el estallido de la oscura coyuntura económica en la que estamos inmersos.

Como recordaba con acierto ayer en Mérida el presidente de Extremadura, José Antonio Monago, durante la celebración del Foro CincoDías, ante "situaciones extraordinarias" es indispensable adoptar también "acciones extraordinarias". Monago, que dejó claro que la prioridad de Extremadura es cumplir estrictamente con su objetivo de déficit, propuso la recuperación del modelo de Pactos de la Moncloa como fórmula para salir de la crisis y eludir el riesgo de intervención. Si en su día el objetivo de aquellos acuerdos, firmados en 1977 por las principales formaciones políticas y los agentes sociales, fue pilotar la transición política y estabilizar la economía, hoy ese fin debe ser transmitir a mercados internacionales y socios europeos la certeza de que España está dispuesta a cumplir con sus compromisos de consolidación fiscal y a afrontar, con el apoyo y la colaboración de todos, el arduo camino que resta hacia el crecimiento. Sin duda no es una tarea fácil, dadas las profundas diferencias que existen entre Gobierno y oposición ante la mayor parte de las reformas que se han puesto en marcha y ante las que quedan por impulsar. Pero a estas alturas es necesario asumir que no existen salidas fáciles y que cualquiera que sea la línea de acción a adoptar, esta debe defenderse con firmeza y sin fisuras.

Una reedición de los Pactos de Moncloa con posibilidades de éxito debería asentarse sobre dos condiciones: una hoja de ruta clara y unas reglas de juego honestas. El respaldo a las reformas que España necesita impulsar y completar exige una disponibilidad del Gobierno para tender la mano y apostar por el diálogo en todo aquello en que sea posible dialogar. A su vez, esa mano debe ser aceptada por el resto de partidos políticos, Gobiernos autonómicos y agentes sociales con la vista puesta en el bien común y el convencimiento pleno de que es necesario sacar a España a toda costa de esta crisis. Unos y otros han de comprometerse a actuar con lealtad institucional y un profundo sentido de Estado, sin que ello suponga traicionar sus postulados fundamentales, pero sin perder de vista que es momento de actuar con pragmatismo y celeridad. Sobre los hombros de Mariano Rajoy recae la decisión de tender esa mano, pero la responsabilidad de aceptarla corresponde a aquellos a quienes se dirija esa oferta. Ambas partes tienen una oportunidad histórica que no pueden ni deben desaprovechar.

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