La importancia de hacer empresa
Una de las grandes lecciones que está arrojando la tremenda crisis económica en la que seguimos inmersos cinco años después de su irrupción es la importancia de contar con un tejido industrial potente, relevante, que actúe de amortiguador cuando vienen mal dadas. Estamos, sin duda, ante una de las claves que explican por qué el impacto de la recesión ha sido tan severo en países como España en comparación con otros, como Francia o la casi insuperable Alemania. Por ello, y ahora que andamos imbuidos en el debate sobre qué tipo de modelo de economía queremos para el día después, es imprescindible apostar por conformar un entramado industrial moderno, con proyección internacional y con vocación de permanencia.
Es vital contar con una industria con músculo, independiente y alérgica a la cultura de la subvención
Por supuesto, no estoy proponiendo recuperar los hierros de los viejos altos hornos. No. Me refiero a, en primer lugar, defender, readaptar, modernizar y fortalecer lo que ya tenemos. Que no es poco. A nadie se le escapa que disfrutamos de, por ejemplo, la mejor industria turística del mundo. ¿Por qué ha de dejar de serlo? ¿Por qué no nos empeñamos todos en hacerla más visible y rentable? También es de conocimiento general que la planta que tiene PSA en Vigo es una de las más productivas del mundo. Eso sin olvidar a Almussafes, Martorell, Figueruelas o tantas otras. Todas ellas son de capital foráneo. De acuerdo. Pero están, y desde hace mucho tiempo y a pesar de la dura competencia de otros países, en España. Estos dos casos pueden extenderse -como así se hace en el especial que tengo el honor de presentarles, amigos lectores- a muchos otros: telecomunicaciones, banca, energía, infraestructuras y servicios, distribución y un largo etcétera. Pero lo que es más notable: detrás de estos sectores hay empresas de renombre internacional que suman éxito tras éxito. ¿Es suficiente con esto? Evidentemente, no. Porque al margen de conservar y reforzar lo que se tiene, hay que crear, inventar, hacerse con un hueco en los nuevos negocios, en los sectores del futuro. Desgraciadamente, España lleva -anestesiada por los cantos de sirena del boom inmobiliario y del dinero barato- mucho retraso en esta apasionante carrera. ¿Cómo recuperarlo? Pues por varias vías. La fundamental es que el Gobierno genere una corriente a favor de la importancia de contar con un tejido industrial con músculo, independiente y alérgico a la cultura de la subvención. El equipo que dirige José Manuel Soria va por buen camino, al menos sobre el papel. Ha determinado un conjunto de sectores sobre los que actuar y ha prometido medidas específicas para cada uno de ellos. Si logra desterrar el nefasto dicho de que la mejor política industrial es la que no existe -que, por cierto, jamás defendió Carlos Solchaga pese a la leyenda urbana-, habrá merecido la pena su mandato. Pero eso no pasará si sociedad, universidad y empresas siguen caminando con brújulas distintas, como se han empeñado en hacer hasta ahora. España no puede permitirse ni un segundo más este pecado mortal.