China, sin presión para las reformas
Reforma puede convertirse en la palabra más utilizada este año en China. Tanto el primer ministro saliente, Wen Jiabao, y su presumible sucesor Li Keqiang, han hablado recientemente de la urgente necesidad de cambio. Incluso el altavoz del Partido Comunista, el diario Pueblo en Línea, aconsejó el mes pasado de que es mejor hacer reformas imperfectas que tener una crisis causada por no hacerlas. El problema es que China carece de acreedores externos o de votantes para que los dirigentes se den cuenta y las hagan realidad.
En China, reforma puede significar casi cualquier cosa. Incluye las grandes, como privatizar las empresas estatales, y las pequeñas, como elevar los precios del gas, lo que hizo con facilidad el lunes. Algunas reformas podrían barrer anacronismos como el sistema de identificación que divide a los ciudadanos en urbanos y rurales, e impide un mercado laboral libre.
Las reformas que cuentan harían más efectivo el flujo de capital. Pero esto podría crear poderosos perdedores. Si los tipos de interés fueran liberalizados de modo que los bancos pudiesen ofrecer depósitos con altos intereses, los ahorradores se inclinarían más por mantener su dinero en el banco en lugar de especular en propiedades. Pero erosionaría el beneficio garantizado que los bancos realizan bajo el actual sistema de tipos. Igualmente, separar la gestión y la propiedad del estado de las empresas podría hacer que las compañías dedicadas al acero, la construcción y los automóviles fuesen más eficientes, pero conllevaría unas políticas menos lucrativas y una industria menos poderosa.
A falta de una crisis que amenace la supervivencia del Partido Comunista, será difícil ver que se impulsen cambios tan grandes. A diferencia de Rusia, España, Grecia o Francia, China no tiene que mantener contentos a los prestamistas foráneos, o convencer a un electorado tradicional. Tendría que suceder un mayor caos para que las reformas importantes se conviertan en algo más que palabrería.
Por John Foley