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Hay que bajar los precios: no solo los salarios

Nos ha costado entender que España solo puede competir con una devaluación no monetaria, puesto que este mecanismo está felizmente prohibido. La devaluación no puede hacerse de otra forma que vía costes para facilitar que puedan bajar los precios y competir de nuevo. Pero dado que el principal defecto de demanda es ahora interno, en paralelo a la devaluación de costes (salarios), debe correr una devaluación de precios de todos los bienes y servicios que hagan menos dolorosa la de aquellos.

Las devaluaciones clásicas consisten precisamente en bajar los precios finales de los bienes y servicios vendidos en el exterior, para convertir a la demanda externa en una especie de motor de la actividad. Así ha sido históricamente como España ha recuperado siempre la economía de los males en los que se precipitaba por acumulación de los vicios de siempre: subida de precios excesiva, inflación devoradora de la riqueza y expulsión del mercado, que erán corregidos por las pérdidas de valor de la divisa para restituir la capacidad de venta.

Aunque España ha logrado mantener algunos desequilibrios bajo control con la entrada en la Unión Monetaria, no ha sido capaz de abandonar su enfermiza inclinación por la inflación, algo que aquí se considera un activo, cuando es el mayor enemigo de la economía, pero sobre todo de aquella que tiene su campo de competencia en los mercados externos. En el último ciclo alcista los avances de la inflación han sido muy abultados, aunque menores que en otros ciclos. Pero en este caso la naturaleza de la inflación ha sido más perniociosa: se ha concentrado en los activos inmobiliarios, aquellos cuya absorción es más complicada, entre otras cosas proque el mercado es local, pero que tiene además un efecto mucho más perverso para la economía, proque ha llevado aparejado un sobreendeudamiento bestial que tardaremos muchos años en superar.

Pues bien: ahora, como al principio de los noventa, hay nque abaratar los bienes y servicios para el mercado exterior, y encarecerlos para la demanda interna, puesto que así se recapitaliza la economía generando mucho más ahorro doméstico. La fórmula a utilizar ante la ausencia de peseta (espero que no vuelva nunca) es abaratar los costes de producción, para poder abaratar los precios de venta en los mercados externos. Pero dado que la participación de la demanda interna en el PIB es tan elevada, casi determinante, pese a la internacionalización de la economía española, hay que cuidar especialmente que la rebaja de los costes (en este caso los salarios fundamentalmente) no sea tan intensa que paralice la demanda y dañe la capitalización de la economía.

Por ello, la bajada de los salarios, que seguramente la reforma laboral logrará de aplicarse en todos los sectores, debe ir acompañada de una rebaja similar en los precios de los bienes y servicios general. No solo para competir fuera, sino para mantener el poder de compra de los ciudadanos que viven aquí y garantizar una salida más rápida de la crisis.

Pero deben bajar los precios porque han sido los causantes fundamentales de la paralización de la actividad en la que estamos ahora. Los niveles alcanzados por los precios en infinidad de sectores en los que había poca o ninguna competencia es realmente inexplicable. Por tanto, el Gobierno, además de facilitar la bajada de los costes salariales, debe iniciar una campaña para incitar a la oferta a bajar los precios de forma generalizada, porque a la larga la demanda premiará a quienes bajen los precios, que serán también quienes primero verán la recuperación. Y de paso, debe criminalizarse, apuntarse con el dedo, a quienes se resisten a bajarlos, porque su actitud proinflacionista únicamente pretende mantener un nivel artificial de márgenes de negocio empresarial.

El presidente del Gobierno, al igual que encabeza los mensajes fundamentales de las reformas, debe encabezar también esta presión para que todo el mundo baje los precios hasta los niveles razonables para recuperar la economía. No es normal que en este país, tras cuatro años de crisis, hayan avanzado de forma muy importante tanto los precios como los salarios. No es normal, señor Rajoy.

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