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Rajoy se rebela... con cargo a las autonomías

Como se esperaba, el presidente Mariano Rajoy ha ofrecido a la UE el compromiso de cumplir este año con el objetivo de déficit estructural (-3,5%) pactado por el Gobierno anterior a cambio de que Bruselas se olvide de la cifra global (4,4%). La diferencia entre esos dos parámetros puede parecer un exótico arcano, pero tiene clarísimas (y dolorosas) consecuencias.

Quizá es más fácil de explicarlo si pensamos en nuestras cuentas personales.

Estructural sería lo que gastamos en vivienda, manutención o necesidades cotidianas. Para llegar a la cifra global, habría que añadir cualquier gasto sobrevenido como el derivado de un percance inesperado (un accidente, una enfermedad, el cambio de la lavadora) o de una factura que no llega cada mes (los libros escolares o la ortodoncia de turno).

Si las cuentas se nos descontrolan un mes, el problema no es grave siempre que podamos compensarlo en los siguientes meses. Pero si se nos van de manera repetida, la única manera de sanearlas es pedir una subida de sueldo (peliagudo en esta coyuntura) o ajustar los gastos habituales (buscar una vivienda más barata, vigilar la bolsa de la compra, quedarse en casa el fin de semana...).

España, según ha explicado hoy Rajoy, padece ambos problemas: no llega nunca a final de mes y mucho menos a final de año. Se ha excedido en el gasto estructural (más de dos puntos sobre el objetivo marcado) y en el sobrevenido o cíclico (punto y medio, como consecuencia de la recesión): en total, un déficit del 8,5% frente al 6% previsto.

Para apaciguar a Bruselas tras este desliz, el Gobierno se propone recortar drásticamente el gasto corriente (35.000 millones de euros). Y, en cambio, deja aumentar el cíclico.

Pero en la definición de esas dos categorías surgirá el gran problema entre Madrid y Bruselas. Y, sobre todo, entre La Moncloa y los gobiernos autonómicos. Porque la decisión no es neutral, sino cargada de significado político, y en España, además, la mayor parte del gasto estructural está descentralizado.

El Gobierno, por ejemplo, puede defender que la evolución del gasto en desempleo es cíclica y no se puede evitar. Pero Bruselas puede pedir un diseño de esa política que amortigüe el impacto financiero (que no el humano) de la recesión: o sea, menos dinero y durante menos tiempo para los parados.

El gasto en educación, en cambio, es estructural. Pero ¿puede pedir Rajoy a las autonomías que recorten esa partida en un país que registra una de las mayores tasas de Europa en abandono escolar? ¿Se puede recortar en sanidad?

De momento, todo indica que sí, porque la mayor parte del ajuste para llegar al 5,8% se hará a costa de reducir el déficit estructural hasta el 3,5% este año y hasta el 2,4% el que viene.

Así que entrenen a partir de mañana, porque nos espera una casa más pequeña, una cesta de la compra más espartana y muchos fines de semana en casa.

(Por cierto, que la comparación con Espartaco está sacada de un tuit de mi estimada colega Alicia G. Gracias!).

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