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Ultimátum a Atenas

La zona euro se ve capaz de resistir la quiebra de Grecia y su regreso al dracma

Berlín asume el reto con calma pero España teme el contagio y Bruselas prevé "devastadoras" consecuencias

Los bomberos sofocan el fuego de uno de los edificios del centro de Atenas que ardieron en la noche del comingo
Los bomberos sofocan el fuego de uno de los edificios del centro de Atenas que ardieron en la noche del comingo

Tilt. Falta. Como en las añoradas máquinas de petaco, la dramática partida para mantener a Grecia en la zona euro parece haber llegado a un abrupto final. Todos los jugadores, desde Atenas a Bruselas, pasando por Berlín, han agitado tanto el tablero de ajustes y rescates que los mandos ya no responden y la bola griega está a punto de colarse en una suspensión de pagos cada vez más difícil de evitar.

Lo sorprendente es que esa posibilidad ya no causa tanto pavor entre los socios de una Unión Monetaria que hasta hace poco temían correr la misma suerte que su desesperado socio balcánico.

"La impresión general es que la zona euro va a dejar caer a Grecia", señalan fuentes comunitarias en Bruselas. "El cambio de actitud es evidente desde principios de este año y se visualizó claramente en la cumbre de Davos", añaden otras fuentes familiarizadas con la negociación entre Atenas y Bruselas.

La tranquilidad de la zona euro se debe en parte a la aparente estabilidad de Italia, que con el Gobierno de Mario Monti ha mitigado el riesgo de contagio. Y a la descomunal inyección de liquidez a tres años que el Banco Central Europeo ha realizado en el sector financiero (medio billón de euros en diciembre y otro billón, según las estimaciones, a finales de este mes) con la esperanza de mitigar la crisis de la deuda pública.

Ambos factores permitirían afrontar la quiebra de Grecia y una posible recuperación del dracma con mucha más calma que hace unos meses. "La perspectiva de un día D para la quiebra de Grecia cada vez produce menos inquietud", reconocía el domingo por la noche el ministro alemán de Economía, Philip Rossler.

España no comparte ese giro y el ministro de Economía, Luis de Guindos, advirtió la semana pasada sobre el riesgo de contagio si se produce una quiebra incontrolada en Grecia. El comisario europeo de Asuntos Económicos, Olli Rehn, también alertó ayer sobre "las devastadoras consecuencias" de una quiebra para la población griega y las peligrosas "ramificaciones" para el resto de países.

Pero buena parte de los socios europeos, y Alemania en particular, parecen ahora convencidos de poder gestionar el fatal desenlace. Y, sobre todo, empiezan a considerarlo inevitable tras el fracaso del primer rescate (en el que se han desembolsado 73.000 millones de euros, 5.898 aportados por España) y la probable inutilidad del segundo (130.000 millones de euros, pendientes de aprobación).

"No podemos seguir echando dinero en un pozo sin fondo", advertía el domingo el ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble.

La primera vuelta de tuerca para cerrar el grifo se dio la semana pasada, cuando el Eurogrupo (Consejo de Ministros de Economía de la zona euro) se negó a liberar el segundo rescate a pesar del ajuste acordado por los tres partidos (conservadores, socialistas y extrema derecha) del gobierno de coalición griego. El presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, resumió el sentir de sus colegas ante ese acuerdo: "Se ha terminado lo de repetir y repetir promesas sin luego cumplirlas".

La desconfianza ni siquiera se ha disipado después de que el pasado domingo por la noche el Parlamento griego aprobase el ajuste exigido por la UE y el FMI mientras decenas de miles de griegos protestaban en el exterior, con los más vehementes asaltando comercios y prendiendo fuego a casi medio centenar de edificios.

La movilización popular y las llamas en el centro de Atenas no han impresionado a Berlín. El Gobierno alemán se limitó ayer a recordar que el visto bueno del Parlamento al plan general es solo un primer paso y espera la aprobación de las medidas concretas para realizar un ajuste de 3.300 millones de euros.

La Comisión Europea, aunque mucho más benévola, también recordó ayer que falta por "substanciar" un recorte de 325 millones de euros. Y Atenas también deberá presentar en la próxima reunión del Eurogrupo, mañana en Bruselas, un compromiso por escrito de los principales partidos (los socialistas del Pasok y los conservadores de Nueva Democracia) sobre su voluntad de llevar a cabo el ajuste, gane quien gane las elecciones previstas para el próximo mes de abril. El líder de Nueva Democracia, Antonis Samaras, se niega a suscribir un documento tan impopular por miedo al castigo de los votantes. Pero la Comisión Europea recordó ayer que los populares ya se han retratado ante el electorado: "Samaras y la mayoría de sus diputados han votado a favor del ajuste", señaló el portavoz de Olli Rehn, comisario europeo de Economía.

Pero ni siquiera la firma de Samaras bastará para que países como Alemania u Holanda acepten mañana dar la luz verde definitiva al segundo rescate. Berlín se reserva la última palabra hasta el próximo días 27, en que el Bundestag (cámara baja del Parlamento alemán) votará la concesión o no de los nuevos préstamos.

El angustiado, y desautorizado, primer ministro griego, Lucas Papademos, no parece contar con tanto tiempo. "Estamos a un paso de la zona cero", advirtió el domingo en una dramática alocución televisada. Otra forma de decir game over. El juego ha terminado.

Otro primer ministro en la cuerda floja

El tecnócrata Lucas Papademos, que formó un gobierno de coalición tras la caída del primer ministro socialista, Yorgos Papandreu, se encuentra en la cuerda floja tras la traumática aprobación en el Parlamento griego del plan de ajuste. Papademos preparaba ayer una remodelación del ejecutivo tras la salida de los miembros del grupo de ultraderecha LAOS, que votó en contra del ajuste. Pero socialistas y conservadores, los otros partidos de la coalición, también sufrieron la rebelión de 43 diputados en total.Papademos, además, ha perdido la confianza de sus mentores internacionales, que no ocultan su decepción. París y Berlín han pedido al antiguo vicepresidente del BCE que tome nota de la eficacia de Mario Monti. El tecnócrata que sustituyó a Silvio Berlusconi al frente del gobierno italiano se ha beneficiado de la tregua tácita de la izquierda y la derecha, que no desean adelantar las elecciones previstas para 2013. La coalición de Papademos, en cambio, está pendiente de la inminente convocatoria de elecciones generales y deja poco margen a un primer ministro con escasa autoridad moral (era gobernador del Banco de Grecia cuando su país falseó las cuentas ante la UE).

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