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Grecia, qué lástima, pero adiós

Ahora que los países de la antigua Yugoslavia se reencuentran dentro de la Unión Europea parece que se desgaja otro trozo de los Balcanes. Grecia se encuentra al borde de un cataclismo político, social y económico y sus socios europeos, hartos de Atenas, se preparan para decir adiós.

La salida de Grecia del euro ha dejado de ser un tabú en Bruselas. Y los dirigentes comunitarios mencionan sin parar esa posibilidad, aunque enseguida añadan que nadie la desea. En privado, el lenguaje es mucho más brutal. Y en los pasillos comunitarios se percibe un cambio de actitud y los partidarios de "dejar caer" a la oveja negra ya no ocultan sus intenciones.

Se extiende la sensación, veremos si equivocada o no, de que la zona euro está en condiciones de resistir la salida de un socio cuya permanencia resulta insostenible. El trauma del impago a los acreedores privados se ha superado, y los bancos franceses y alemanes han aceptado un canje de bonos con pérdidas significativas. Una buena parte del resto de la deuda se encuentra en manos del BCE, que la compró a precio de ganga y no tiene gran cosa que perder.

La misma tesis añade que el sector financiero se encuentra mejor apuntalado (por el BCE) que hace dos años, cuando estalló la crisis. Y remata el argumento con un mazazo inevitable: si el país enfermo se queda, tendrá que ser financiada durante años y años, en una situación inaceptable para la opinión pública tanto en Grecia como el en resto de la zona euro. Así que sintiéndolo mucho... "qué lástima, pero adiós", como canta Julieta Venegas.

El desencuentro llega tras dos años de un infructuoso rescate, que ya se ha tragado 73.000 millones de euros en préstamos de la zona euro (5.898 millones por parte de España) y el FMI, y cuando la factura está a punto de elevarse en otros 130.000 millones de euros.

El único resultado de esa intervención, hasta ahora, ha sido una tasa de paro sin precedentes y una recesión interminable. La calle arde y un gobierno de concentración, tutelado por la UE y el FMI, ha puesto la democracia en stand by.

El fracaso del segundo rescate también parece inevitable, porque un protectorado internacional no parece el camino para resolver los problemas de un país supuestamente desarrollado. La ruptura, más que la reforma, parece la solución.

Pero como bien advertía esta semana The Wall Street Journal, no parece probable que la élite actual vaya a renunciar al poder por las buenas. Los Papandreus, Karamanlis, Samaras y compañía parecen dispuestos a hundir el país antes que perder el depauperado latifundio. Y si la UE no rompe a tiempo con ellos será vista como cómplice del desastre, tal y como señala en El País el escritor griego Petros Márkaris.

La gran incógnita, de todos modos, sigue sin resolver. ¿Cómo interpretaría el mercado el regreso de una moneda que se disolvió en el euro? ¿Apostaría por una salida del escudo portugués? ¿Aguantaría la moneda única? Los partidarios de despedirse de Grecia aseguran que sí. Veremos.

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