Nuevas tecnologías y seguridad jurídica
Sobre los notarios, como por cierto sobre muchas instituciones, pesan sambenitos diversos; como el de que cobramos (y mucho) solo por firmar, olvidando que en otros sistemas, como el anglosajón, que a veces se cita de ejemplo a seguir, los mismos documentos precisan (la compra de una vivienda o un testamento), de hecho, de la intervención de otros profesionales con minutas, según los estudios comparativos, notablemente más crecidas.
Y también frecuentemente se asocia la figura del notario a la imagen del siglo en que nació nuestra institución tal y como ahora la conocemos en sus rasgos esenciales, el XIX, el mismo siglo por cierto en que vio la luz nuestra primera Constitución.
Y esta imagen, como la primera, tampoco se ajusta a la realidad. Bien al contrario. Desde hace más de una década, el notariado ha asumido el reto tecnológico. Lo hizo sin complejos y sin reparar ni en los esfuerzos humanos ni en los medios materiales, unos y otros sufragados por los aranceles notariales, que tuvieron su última revisión unos 20 años antes sin poder contemplar por ende tal esfuerzo.
El notariado fue de las primeras instituciones, si no la primera, en dotarse de firma electrónica reconocida, con unos estándares de seguridad que posteriormente han sido imitados, cuando no directamente replicados, por otras muchas instituciones. Se ha dotado también de una red segura que conecta a las cerca de 3.000 oficinas notariales, así como de programas y aplicaciones, homogéneas, que garantizan a cualquier ciudadano, en cualquier rincón de España, un servicio notarial eficiente y que supera airoso el nivel más exigente.
Y se ha hecho, desde luego, en beneficio del ciudadano, que dispone ahora en los despachos notariales de servicios que le permiten no solo, y como siempre, otorgar sus escrituras, testamentos, poderes, actas, etcétera, sino cumplir al tiempo trámites que en otra época requerían tiempo, desplazamientos y esfuerzos notables. Pagar los impuestos de las escrituras, cambiar el titular del impuesto de bienes inmuebles, constituir sociedades mercantiles en horas, pagar tributos locales, todo ello puede hacerse (si el ciudadano así lo quiere) desde la propia notaría. Se hace así realidad la denominada ventanilla única.
Y se ha hecho también en interés general, de la Administración, de la sociedad. El notariado se ha dotado de instrumentos que constituyen hoy un arma de primer orden en la lucha contra el fraude o en la prevención del blanqueo de capitales. La intervención notarial ha pasado a suponer no solo control y garantía para el cliente que la requiere, sino también, al tiempo, para los poderes públicos. Donde el notario actúa se previene y evita el fraude.
El notariado se ha convertido también en un termómetro sensible, en una fuente privilegiada de información estadística. Nuestros despachos detectan, por lógica natural, de manera temprana la evolución económica, no solo el tráfico inmobiliario, sino también el mercado crediticio y la actividad mercantil. La capilaridad notarial, la distribución de las notarías lo mismo en ciudades que en pueblos, en la costa o el interior, unas comunidades u otras, no solo es garantía de la prestación del servicio, sino también de fiabilidad y completitud de la información estadística obtenida.
Queda mucho por hacer. En todos los órdenes. Prácticos, de mantenimiento y potenciación de la infraestructura, de programas, de servicios al ciudadano y a la Administración. Es nuestra obligación, y la asumimos, el seguir atentos a las necesidades, a las demandas tecnológicas de los particulares y de las Administraciones. De forma que podamos seguir siendo un referente de tecnología punta.
Y ello sin olvidar lo esencial, que la tecnología es un medio, no un fin en sí mismo. La esencia de la función notarial -controlar la legalidad, asesorar y aconsejar a los ciudadanos, especialmente a los más débiles en el contrato- no ha cambiado. No se altera por el hecho de que los documentos puedan tener uno u otro formato. Son medios o cauces de expresión de la voluntad de las partes; pero, al igual que siempre, y para lo que nació en 1862, es el notario el que garantiza que quien presta su consentimiento es quien dice ser, que tiene capacidad para hacerlo y que es consciente del alcance y efectos de lo que firma. Y todo esto no puede suplirlo la tecnología. Porque tampoco aquí la tecnología puede suplantar el papel del hombre.
Manuel López Pardiñas. Presidente del Consejo General del Notariado