Tres generaciones y una moneda
De la peseta al franco o a la corona sueca, tres generaciones explican cómo viven el euro
Para algunos resultó difícil empezar a contar en una moneda distinta a la que conocían, que era la peseta; otros no han conocido más que el euro desde que en 2001 la moneda única empezara a circular por los bancos de la zona euro, y para los menos, su vida cotidiana gira en torno a tres monedas distintas, como es el caso de Suecia, donde muchos de sus ciudadanos mezclan en sus carteras la corona sueca, la corona danesa y el euro.
Para aquellos que vivieron la perra gorda y la perra chica en España, contar en céntimos de euro no resulta difícil, lo más complicado es asumir el encarecimiento de la vida, que atribuyen a la llegada de la moneda única. El ejemplo más recurrente es el precio de un café, que pasó de costar unas 80 pesetas a más de un euro, o sea, el doble. Para muchos, la moneda única ha supuesto la merma del poder adquisitivo de los españoles y no les sobra decir que los ha empobrecido. La generación que ahora tiene entre 12 y 13 años no sabe de todas esas diferencias sino por sus padres, que les cuentan que no hace tanto tiempo existió una moneda antes del euro, el franco francés en el país galo o el escudo luso en Portugal. Desde esas otras latitudes, los mayores también sacan la misma conclusión: no hace mucho tiempo, la vida era más barata... en otra moneda.
"Suecia no confía ahora en Europa". Anna Backman. Funcionaria sueca
A esta funcionaria sueca pro europea, de 36 años, la llegada del euro le causó "una gran emoción". "Sentí que estaba viviendo un momento único en Europa". Su trabajo en la gestión de los fondos europeos regionales le permite observar muy de cerca el pulso de su país respecto a la moneda única y a Europa. "Seguramente la mayoría de los suecos recuerdan el referéndum de 2003 sobre el euro no tanto por la moneda única como por el asesinato de la ministra de Asuntos Exteriores, Anna Lindh, quien apoyaba la entrada de Suecia en el euro", explica por correo electrónico.
Reconoce que la situación económica que atraviesa Europa "no inspira confianza a los suecos" y que ahora sería impensable una consulta pública sobre la moneda única. "El respaldo al euro nunca ha estado tan bajo, solo lo quieren el 11% de los suecos respecto al 45% en 2009", concluye.
"Con el euro hay más pobres". Julián Núñez. Dependiente
Llegó a Madrid a los 14 años buscando empleo. "En Ciudad Real no había posibilidad de estudiar ni trabajo", recuerda Julián Núñez, dependiente en la frutería El Palomar, en la céntrica calle Mesón de Paredes, en el distrito de Lavapiés. æpermil;l ya no conoció ni la perra gorda ni la chica, aunque sí las monedas de 1 céntimo y de 10 céntimos. "El cambio al euro fue horrible, estaba acostumbrado a contar de cabeza, me costó dos o tres meses acostumbrarme", cuenta durante su descanso de mediodía. Los mayores de 80 y 90 años le siguen tendiendo el dinero para que sea él quien cobre en euros "porque no se enteran aún".
A sus 54 años, este dependiente que empezó en Madrid llevando pedidos dice que nota la vida mucho más cara desde la llegada de la moneda única. "Hay muchos más pobres que antes y el euro tiene mucho que ver", asegura convencido. Pone como ejemplo de cuánto ha subido la vida el precio de un café, por el que hoy paga 1,30 euros y que antes valía 80 pesetas. Preguntado por la equivalencia de 30.000 euros en pesetas, desiste de calcularlo entre risas. "Sé de carrerilla cuánto son 6.000 euros porque es redondo, un millón de pesetas". Núñez se despide para ir a su partida diaria de tute con los amigos.
"Si no vamos juntos en el barco de Europa, se hunde". Emilio Herrero. Propietario de la academia de danza El Horno
"Tu pones el arte, nosotros el espacio", reza el cartel de El Horno, uno de los centros de danza y baile con más solera de Madrid, en el barrio de Lavapiés. Lo inauguró en 2001 Emilio Herrero, panadero de profesión y uno de los vecinos más antiguos del barrio. "Soy el segundo que más tiempo lleva aquí", dice con orgullo. Compró el local dos veces. La primera vez lo hizo en pesetas, en 1964, cuando hizo de esta antigua panadería del siglo XIX la primera boutique de pan de la capital. "Yo fui el primero que trajo la chapata a Madrid". La segunda vez lo compró en euros para abrir el centro de danza. El cambio de divisa le llegó después de haber vivido la perra gorda y la perra chica, la moneda de un real y de dos reales. "Calcular en euros me es fácil porque los de mi generación estamos acostumbrados a los céntimos". A sus 70 años, dice que el dinero "siempre es escaso", y que el paso a la moneda única se nota sobre todo en que la vida está mucho más cara que cuando convivía con la peseta. "Un café costaba 70 u 80 pesetas, después un euro, ¡el doble!". Sigue de cerca las noticias sobre la crisis económica y sobre la brecha que podría abrirse entre los socios del euro. "Volver a la peseta sería la ruina. Europa es un barco en el que vamos todos juntos, unos más despacio, otros más deprisa; si no, se hunde", sentencia convencido.
"El franco me suena de oídas". Pierre-Amaury. Estudiante francés
Es su primera visita a Madrid. Ha llegado esta semana para recibir el año nuevo a la española. Pierre-Amaury solo ha tenido euros en sus jóvenes manos de preadolescente de 12 años. Del franco francés, la moneda de sus padres, solo ha oído hablar vagamente cuando ellos se quejan de lo caro que está todo desde la llegada del euro. "Era la moneda que existía antes de tu nacimiento", le recuerda su madre. "¿Del Renacimiento?", contesta despistado.
Le suena algo sobre una crisis. "Lo he oído en la tele, pero ahora mismo no me acuerdo muy bien", se disculpa con timidez mientras pasea con sus padres y su hermana por el centro de Madrid.