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Tribuna
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Los continuadores

Fene, cerca de Ferrol, provincia de La Coruña. Marzo de 1988, alrededor de las ocho de la tarde, en las oficinas de la empresa Ideal Auto, SA. En esa época mi trabajo era dirigir una empresa de proyectos para concursar a la adjudicación de líneas de transporte de viajeros en autobús. La empresa era propiedad de otras tres, todas gallegas, y parte de mi labor era mediar entre ellas, intentando aunar intereses. Al acabar la jornada solía, camino a casa, parar a charlar con uno de los dueños. En esta ocasión, cuando yo le intentaba convencer de que cediera frente a las peticiones de sus socios, me quedó grabado el comentario que me ofreció como respuesta: " Carliños, yo no quiero ser diputado, no tengo que agradar a nadie. Si, ahora mismo, salgo con una lata de gasolina y quemo la nave, con todos los autobuses dentro, nadie me puede decir nada, porque la empresa es mía".

Quien así hablaba, don Juan López Vilar, me intentaba transmitir una premisa fundamental que, dicho en otras palabras más eruditas, pero menos zen, establece que no debemos esperar la cena debido a la buena voluntad del carnicero, sino a su propio interés. Ya no tengo 25 años, y llevo desde entonces en el mundo empresarial. He de decir que una buena parte de mis muchos errores como empresario los he cometido cuando he olvidado esa premisa.

Por tanto, dentro de la legalidad, no hay buenos ni malos, sino conflicto de intereses. No tenemos que agradar a nuestros clientes, tenemos que darles el servicio que requieren al precio que están dispuestos a pagar. No tenemos que agradar a nuestros accionistas, tenemos que repartir dividendos. No tenemos que agradar a nuestros empleados, tenemos que pagar la nómina puntualmente todos los meses a la vez que los proveemos con los medios necesarios para que puedan desarrollar su actividad profesional.

Tendemos a pensar en el empresario como el malo de la película social. No deja de ser una idea curiosa, paternalista y antigua. En realidad, el empresario, como todos los demás, incluido el carnicero de la cena de Adam Smith, lo que quiere es defender su propio interés. Su interés no es solo ganar dinero. Nadie sobrevive cinco o diez años con ese solo fin. Ganar dinero es una necesidad, un medio. El fin es la empresa en sí misma. De igual forma, nadie se hace empresario para crear empleo. Sin embargo, la creación de empleo es nuestra mayor aportación social.

Está ahora de moda hablar de emprendedores. Reconozco que me irrita el modo en que se utiliza el término. Si encima se le agrupa en jóvenes emprendedores, entonces ya me suena a: "Ya es primavera en la CEOE". La creación de empresas es importante, pero no es tan necesaria como el mantenimiento de las empresas existentes. Además, están los emprendedores en serie, que lo único que saben hacer es montar empresas, que luego venden o cierran. Me interesan más los continuadores.

Para mantener una empresa abierta hacen falta muchas más cualidades, energía y habilidades que para crear una empresa nueva. El ámbito natural de los continuadores son las pymes. No es lo mismo un empresario que un directivo. En España hay 3.287.374 empresas, de las cuales 3.879 son grandes empresas, donde habitan los directivos. Luego están las 1.772.355 empresas que no tienen empleados. Allí están los autónomos. En el medio están 1.511.140 empresas que tienen entre 1 y 249 empleados. Si el Gobierno de turno convence a la mitad de esas empresas para que creen un puesto de trabajo cada una, obtendríamos 755.570 empleos. Tiene menos glamour, cierto, pero es mucho más rápido y eficaz que promover la creación de ese mismo número de empresas. Teniendo en cuenta que siete de cada diez nuevas empresas no sobreviven el segundo año de actividad, el empleo creado con continuadores es más estable que el creado con emprendedores.

Medidas especialmente dirigidas a ese millón y medio de empresas invertirían el proceso de destrucción de empleo de los últimos tres años. Partamos de la base de que a la mitad de esas empresas les interesa tener un empleado más. Probablemente lo tenían hace un año o dos. Hemos reducido plantillas, por que no se pueden pagar las nóminas de 2007, por lo que ha tenido que subir el volumen de trabajo por empleado, el número de errores, el número de cosas sin hacer.

Ya estamos convencidos. Volvamos a las palabras de don Juan. No queremos que nos agraden, queremos que nos interese, que lo podamos pagar y que redunde en los beneficios de nuestras empresas. Hay que buscar puntos de unión entre los intereses de las empresas y los de la sociedad. Si se legisla por ese lado, funcionará. Los emprendedores son necesarios, pero aún más lo son los continuadores.

Carlos Rosales. Director general de Nostromo

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