El tándem europeo
La pareja bautizada como 'Merkozy' llegó a un acuerdo en París para abordar una unión fiscal y concretar una nueva Europa. El viernes se perfiló en un pacto intergubernamental
Viernes. Madrugada. La pareja señalada para erigir el destino europeo, Merkozy -la canciller alemana, Angela Merkel, y su homólogo francés, Nicolas Sarkozy-, perdía brillo frente al boicot británico a más Europa. Bruselas acogía la cumbre europea destinada a salvar el euro. La última oportunidad, como señalaban algunos expertos, para solventar ciertas contradicciones del Viejo Continente como una moneda única sin unidad fiscal. A pesar de muchas horas de intensa negociación, no fue posible acordar una reforma de los tratados a 27. "Los amigos británicos no han querido", apuntaba un atribulado Sarkozy.
Horas antes, el francés planteaba un escenario apocalíptico: "Debemos reformar Europa, repensarla. Si no tenemos el coraje de hacerlo, nuestros pueblos se rebelarán contra nosotros". Bastante más comedida, Merkel afirmaba que debía alcanzarse un acuerdo incluso aunque fuera necesario limitarlo a los miembros del euro. Y el tercero en discordia, el mandatario británico, David Cameron, sacaba a relucir un euroescepticismo sin tapujos calificando de "inaceptables" las condiciones. Con todo, los líderes europeos lograron acordar un Tratado intergubernamental: los socios del euro vuelven a pedalear; se pone en marchar la bicicleta europea.
A partir de ahí, los logros y fracasos de Merkozy deben analizarse desde una doble óptica. De una parte, Merkel (Hamburgo, 1954) logró salirse con la suya: no se ampliarán los recursos a los fondos de rescate y en su lugar, los países de la UE aportarán 200.000 millones de euros al FMI. Por la otra, al tratarse de un acuerdo al margen de las instituciones europeas, se evitará el largo proceso de ratificación que la revisión del Tratado de Lisboa hubiera requerido.
Sarkozy teme una posible rebaja de la triple A y Merkel tiene que dar cuentas del uso que hace del dinero de los contribuyentes
El paso parece pequeño al compararse con la dimensión de la crisis -y con la grandilocuencia de las palabras de Sarkozy (París, 1955)-. Pero sigue la lógica del metódico escrúpulo con el que Merkel tiene fama de tomar sus decisiones. Criada en el seno de una familia protestante -es hija de un reverendo-, le precede la fama de fría, calculadora y obstinada. Quizá porque, como reza el dicho alemán, el diablo se esconde tras los detalles.
Histriónico e hiperactivo. Sarkozy presenta en su haber un perfil político completamente opuesto. En sus cinco años de mandato, ha sido capaz de viajar hasta Chad para rescatar a unas apuradas azafatas españolas y dejarlas luego en Madrid explayando toda la galantería de un caballero francés; y ha anunciado la refundación del capitalismo.
Dotado de un agudo sentido de la historia, Sarkozy ha asumido también que los 60 años del protagonismo de Francia en Europa llegan a su fin. Alemania ha purgado con décadas el estigma de la Segunda Guerra Mundial. Y la irrupción de la crisis ha logrado hacer bascular el dominio político francés hacia su vecino del Este, papel que ya detenta en el terreno económico, y uno de los principales motivos por los que Sarkozy se decidió firmemente a entenderse con la alemana.
La primera canciller de la República Federal de Alemania desde 2005 -también originaria de la Alemania excomunista-, sin embargo, no parece darle mucha importancia a los eventos que marcan el devenir de los tiempos. Para muestra un botón: Merkel estaba en Berlín cuando cayó el muro en 1989. La alemana cruzó al lado occidental, pero regresó pronto a casa ya que debía madrugar al día siguiente. Veinte años después, Sarkozy escribía en su muro de Facebook que él también estuvo allí ese histórico 9 de noviembre. Algo que tuvo que matizar después cuando la prensa puso en serias dudas la posibilidad de que hubiera podido ir.
Entre periodistas, precisamente, la canciller alemana goza también de fama pero en un sentido bien diferente. Según el corresponsal de CincoDías en Bruselas, Bernardo de Miguel, Merkel es una persona que en las ruedas de prensa habla de forma muy directa, que no gusta de florituras y le gusta ir al grano. Muy por el contrario, Sarkozy gusta de entrar al trapo con preguntas comprometidas y lucir palmito.
Los orígenes de ambos tampoco pueden ser más dispares. Hija de una maestra y de un predicador luterano, Merkel se crió en el rigor y la austeridad de la Alemania excomunista. Sarkozy, es hijo de un noble húngaro, que creció en Neuilly-sur-Seine, un pequeño y rico pueblo situado en las cercanías de París.
Pero ninguno de los dos es hijo de la guerra. Atrás quedan las ideas de los padres fundadores de Europa, que pensaban en integración para alcanzar la paz; en economía para llegar a la integración. Con las elecciones nacionales pisándole los talones, Sarkozy teme una posible rebaja de la triple A de Francia de cara a su reelección y Merkel tiene que dar cuentas del uso que hace del dinero de los contribuyentes alemanes. Ambos están subidos en la bici europea aunque pedaleen a diferentes ritmos, deseando no pinchar.