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Tribuna
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Se acabó la sal

Mi primo Julio, que es muy suyo, se quedó de piedra cuando, tras reclamar con insistencia el salero que faltaba en la mesa del restaurante, escuchó la explicación del camarero: "Esta prohibido por decreto poner sal en las mesas. Solo la servimos si el cliente así lo solicita". Estábamos en la ciudad argentina de San Luis y Julio, que es un ilustre ciudadano de aquel país, no podía creérselo, y menos aún la peregrina explicación de que tal medida tiene por objeto contribuir a velar por la salud de los hipertensos, presentes o futuros… A lo mejor, reflexiono con cabreada ironía, el siguiente paso será retirar los cuchillos de las mesas para evitar eventuales cortes o tomar la sopa con pajita para que no nos manchemos o dejar de servir vino para controlar posibles alegrías. Al pan, como dicen que engorda, le quedan tres noticieros, concluyó.

En Buenos Aires -diferente siempre, y más hermosa en esta época del año con las jacarandas llenando de color sus calles- sí que hay sal sobre las mesas de los restaurantes y hasta semblantes risueños. La contundente victoria electoral de CFK ha relajado la tensión y las gentes parecen esperanzadas con un futuro mejor, al que tienen derecho y con el que sueñan desde hace demasiados años. Me dicen que están seguros de alcanzarlo, no tanto porque confíen en sus políticos cuanto porque se han despejado algunas incertidumbres y, huyendo de postulados conductistas e ideologías, pareciera que casi todos quieran trabajar y disfrutar juntos.

Esta larga y nueva visita a un país tan querido me da la oportunidad de recorrer algunas de sus más importantes provincias y de hablar con muchas personas: sindicalistas y empresarios, políticos y altos funcionarios, profesores y directivos de diferentes organizaciones, emprendedores y, por fin, alumnos de escuelas de negocios y estudiantes universitarios que tienen la deferencia de escuchar mis conferencias y participar en talleres sobre responsabilidad social y comportamiento directivo. La propia universidad está analizándose en Argentina. Un trabajo en marcha de la UTN, la Universidad Tecnológica Nacional, trata de conocer cuál será el papel de la universidad en el futuro y de profundizar en su cada vez más necesario engarce responsable con la sociedad. Aunque conoceremos los resultados el año que viene, hay que saludar con alborozo la inquietud de los jóvenes que trabajan en ese hermoso proyecto, seguramente exportable a toda Latinoamérica.

Curiosamente, con quien todos parecen estar de acuerdo es con el ministro de Trabajo de la nación, Carlos Tomada, y con su equipo. Su perfil técnico y su buen hacer han hecho posible la coincidencia de sindicatos, empresarios y directivos. Argentina tiene un desempleo registrado de casi un 8%, y es verdad que todavía mucha economía informal, pero se están poniendo las bases para que el progreso se asome sin reservas a este gran país que, a pesar de la inflación (algo que no preocupa demasiado), crece sin problemas. Ahora más que nunca, cuando casi no han sido tocados por la crisis y la observan desde lejos, muchos directivos están convencidos de que deben merecer y ganarse su salario día a día. Y no olvidan que la mayoría de sus conciudadanos, la inmensa mayoría, sobrevive con mucho menos de lo que ellos ganan, realizando y ocupándose en tareas tediosas y nada fáciles. Como sufrieron la intemerata en 2001, muchos argentinos hacen un ejercicio diario de solidaridad y recuerdan a los compatriotas que desde entonces no han tenido tanta suerte como los que pudieron seguir, como acá se dice, laburando, formándose y llevando pesos a casa. Incluso se abre paso un decidido propósito de luchar contra la corrupción o, si se prefiere, de pelear por la decencia, cosa nada fácil en un país que suspende en la materia y ocupa el puesto 105 en el índice de percepción de la corrupción 2010 de Transparencia Internacional. Muchas empresas y diferentes foros están por la tarea de acabar con esa lacra, que se ha convertido en el principal objetivo de numerosas y destacadas personalidades, y de algunas de las organizaciones más representativas que integran la sociedad civil, a sabiendas de que la corrupción no puede seguir campando a sus anchas e impunemente en la vida política, económica y social del país, destrozando cualquier atisbo de competitividad y/o de productividad entre las personas, empresas y organizaciones que, desde una cultura de trabajo y de esfuerzo, están batallando, no sin zancadillas, por demostrar sin resabios ni cosmética conductas decentes y ejemplares, diciendo lo que deben y haciendo lo que dicen.

Pareciera, en fin, como si los argentinos se hubieran puesto de acuerdo en, precisamente, ponerse de acuerdo, algo que no es baladí. Esa es la impresión que tengo y otra cosa será lo que el inmediato futuro nos depare para esta gran nación. Reflexionando sobre estos temas, ahora que se cumplen los 25 años de la muerte de Borges, como si fuera una premonición (o una profecía), uno recuerda aquellos versos de su hermoso poema Los Conjurados: "…se trata de hombres de diferentes estirpes, que profesan diversas religiones y que hablan en diversos idiomas/ Han tomado la extraña resolución de ser razonables/ Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades…"

Juan José Almagro. Doctor en Ciencias del Trabajo. Abogado

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