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Valencia como síntoma

Hay noticias, de vez en cuando, capaces de encerrar toda una historia. O de resumir, acompañadas de un contexto, parte de la historia económica de un país. El ERE en el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia es una de ellas.

El centro, dependiente de la Generalitat valenciana, inició la semana pasada el despido de 114 de sus 240 investigadores, cerrando aproximadamente la mitad de las líneas de trabajo del centro. El centro estaba, según la noticia publicada en El País, en el quinto lugar entre los centros de investigación españoles. Su presupuesto en 2009, antes de los recortes, era de 9,8 millones. En 2012 será de 4,4. Una decisión, esta de enviar despidos por email, que, seguro, tendrá un maravilloso efecto a futuro sobre la capacidad de Valencia de atraer o retener talento científico.

El canon que hay que pagar en efectivo a la empresa gestora del Gran Premio de Valencia de Fórmula 1 es de 17 millones de euros, más los otros 10 millones que cuesta la construcción del circuito. Al parecer, cuando toca recortar, hay prioridades. Como el oscuro e ignoto "retorno de la inversión" al que se alude, estudios de encargo mediante, cuando se pagan millonadas por eventos de este pelaje.

Valencia es, como comenta mi amigo y ex compañero Ximo Clemente, la comunidad que ha visto cómo su sector financiero se ahogaba en un mar de cemento. Bancaja, absorbida por Caja Madrid (perdón, quería decir Bankia), y Banco de Valencia y la CAM intervenidos, con el agravante del saqueo de la caja por sus antiguos gestores (más sobre saqueos, hoy en el periódico). También es la comunidad de descomunales inversiones como Terra Mítica, el aeropuerto sin aviones de Castellón o los estudios Ciudad de la Luz.

Cualquiera de nosotros ha oído, (al menos es mi caso) demasiadas veces que lo único que puede hacer España para volver al crecimiento económico es el ladrillo, el mismo ladrillo que es la fuente principal de nuestros problemas. El mismo ladrillo cuyo exacerbado crecimiento hundió la productividad por la vía de la inflación, un ladrillo que es origen de los desequilibrios (déficit exterior y déficit público) por los que el mercado nos lamina, que endeudó de por vida a una generación de españoles, y un ladrillo cuya factura está forzando el rescate de la banca por decenas de miles de millones de euros y que. Un ladrillo que dio dinero fácil a españoles sin estudios para, a los pocos años, dejarlos en la calle sin trabajo ni formación (pero sí deudas). Un ladrillo que, por si lo anterior fuera poco, ha enterrado bajo toneladas de hormigón y de forma irreversible la costa española.

Pero no aprendemos. En los primeros embates de la crisis se hablaba de las consecuencias de la burbuja inmobiliaria y la necesidad de un nuevo modelo productivo. Ahora ni eso. Ahora queremos reactivar un mercado inmobiliario con cinco millones de parados sin acceso a crédito exterior. Y sin que los precios, superiores a los de Alemania, bajen mucho más, no vaya a ser que alguien pierda dinero. Y, como toca hacer recortes, cerramos centros de investigación.

Como dice el chiste, el soldado español nunca se retira, pero a veces avanza hacia atrás.

Música contra la crisis. The Stone Roses, Sally Cinnamon, 1987

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