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Columna
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Italia, sin el estigma de Berlusconi

Francia y Alemania van a salirse de su línea para mostrar cómo el cambio de primer ministro italiano ha transformado la forma en la que tratan a Italia. La reunión a tres bandas de ayer entre Angela Merkel, Nicolas Sarkozy y Mario Monti parece diseñada sobre todo para mostrar que Roma está de vuelta en la troika, tras meses de conflicto. El nuevo contexto diplomático no resuelve los problemas italianos, pero ayudará a fortalecer a Monti en casa mientras trata de impulsar reformas difíciles.

París y Berlín tienen interés en restaurar el prestigio de Italia al asociarla con la búsqueda de soluciones a la crisis -en lugar de considerarla como el problema más preocupante-. Las bravuconadas de Berlusconi habían convertido al país en objeto de burla. Ahora hay esperanza donde antes había desdén.

Monti, por supuesto, implementará la mayor parte de las reformas perfiladas por su antecesor, que había sido objeto de una presión sin precedentes por parte del BCE. Su Gobierno tecnócrata carece de los miembros con la influencia política necesaria para asegurar que las reformas más difíciles se lleven a cabo a través del campo minado de un Parlamento dividido y rebelde. Además, no hay ninguna señal de que Italia tenga un calendario creíble para implementar sus reformas más ambiciosas. No es de extrañar que los rendimientos de referencia sobre los bonos italianos se hayan incrementado desde que Monti es primer ministro -aumentando unos 50 puntos básicos, hasta alrededor del 7%, con un plazo de vencimiento de 10 años-.

Pero el evidente abrazo francoalemán debería ser un impulso para Monti. Dando de nuevo la bienvenida a Italia al centro de la eurozona, en lugar de tratarla como un periférico del que avergonzarse, Merkel y Sarkozy ayudan a reparar el daño causado al orgullo nacional italiano.

Monti volverá de Estrasburgo a casa no como un líder sometido a la sumisión por sus compañeros, sino como uno más que ayuda a proponer soluciones para el conjunto. Esto reforzará su autoridad -y su capacidad de reforma-.

Por Pierre Briançon

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