No es Silvio Mubarak
Es fácil entender por qué algunos italianos quieren comparar la caída de Berlusconi con la de Muamar Gadafi o Hosni Mubarak. El ex primer ministro italiano era amigo del líder libio, y dijo que Ruby, la bailarina marroquí por la que se le acusó de tener relaciones sexuales con una menor de edad, era la sobrina del derrocado líder egipcio. Pero lo que ha pasado en Italia no ha sido una versión de la primavera árabe.
Ciertamente, Berlusconi tergiversó la democracia. No tenía mucho respeto por el imperio de la ley; abusó de su imperio mediático para promover sus ambiciones políticas, y ayudó a establecer un sistema electoral que da a los jefes de partido el poder de nombrar a los miembros del Parlamento. Pero no hay cámaras de tortura en Roma. Lo que es más, no ha sido la presión pública como la de la plaza Tahrir la que ha derribado a Berlusconi. La presión de los tenedores de bonos y el BCE han sido factores decisivos. En los últimos 17 años, muchos italianos lo apoyaron en las urnas.
El hecho de que no se preocupara demasiado sobre cuestiones éticas no les interesaba, y tampoco eran muy rigurosos sobre las reglas. La evasión de impuestos, por ejemplo, está muy extendida en Italia. La caída de Berlusconi es una gran oportunidad de renovarse. Las tareas económicas más urgentes son un impuesto sobre el patrimonio, privatizaciones y la reforma del sistema de pensiones. Pero si la disciplina fiscal viene de fuera y depende de los tecnócratas, los progresos serán limitados. La gente necesita realmente asumir la responsabilidad de su propio Gobierno. En los noventa, tras el escándalo del llamado Bribesville, Italia tuvo la oportunidad de limpiarse. Sería una vergüenza malgastar una nueva ocasión.
Por Hugo Dixon