Defender la moneda única para revitalizar el crédito
Las deficiencias que las instituciones y Gobiernos comunitarios están mostrando para atajar la crisis de deuda soberana se han convertido en la enésima vuelta de tuerca sobre el constreñido y exangüe mercado del crédito en la eurozona. La fiebre de desconfianza que se desató en 2008 con la quiebra de Lehman Brothers se ha ido agravando cuantitativa y cualitativamente hasta llegar a sacudir los mismos cimientos de la unidad monetaria y política europea. Y así, lo que comenzó como una enfermedad estrictamente financiera se ha transformado en una epidemia multiviral con capacidad para dañar no solo entidades financieras, empresas y familias, sino también instituciones y Gobiernos. Como si la catarsis política que ha sacudido a Grecia e Italia no hubiese sido lo suficientemente grave, la salida a la luz el pasado jueves de un supuesto plan franco-alemán para diseñar una zona euro de dos velocidades ha puesto la guinda a un pastel que resulta amargo para todos, pero cuya pesada digestión afecta directamente al grifo del crédito. A las dificultades que ofrecen unos mercados de financiación mayorista cerrados, el sector financiero ha debido sumar también las recientes exigencias de recapitalización impuestas desde Bruselas y, en el caso de España, el pesado lastre que ejerce el ladrillo en los balances. Un cúmulo de obstáculos que resulta muy complicado de superar, pero también absolutamente necesario afrontar.
La naturaleza de la nueva disciplina de capital impuesta por la ABE (Autoridad Bancaria Europea) podría compararse a la de una quimioterapia. Al igual que esta, su objetivo último es el bien del paciente, pero también como esta a corto plazo produce daños indeseados. Pese a que todavía son pocas las entidades que han dado el paso de cuantificar el efecto negativo que ejercerá la segunda ronda de recapitalización sobre la actividad crediticia, es indudable que esta resultará seriamente afectada y, con ella, el conjunto de la economía. Porque sin crédito no puede existir ni actividad productiva ni crecimiento económico, y sin crecimiento económico y actividad productiva no es posible que fluya con normalidad el crédito.
Pese a que hasta el momento el sector financiero ha aliviado en lo posible sus necesidades de liquidez con la ayuda del Banco Central Europeo y con el papel que ejercen las cámaras de contrapartida en la canalización de los préstamos interbancarios, resulta evidente que mientras la crisis de deuda soberana no se solucione, el sector financiero no podrá volver a ejercer con normalidad su papel esencial en la economía. Como recordaba hace apenas un mes el presidente de Banco Santander, Emilio Botín, no resulta razonable exigir un esfuerzo recapitalizador a la banca sin resolver de una vez por todas y con idénticas dosis de exigencia el problema de la deuda soberana. Pero lejos de avanzar en ese camino, tanto desde Bruselas como desde distintos Gobiernos comunitarios se han lanzado durante las últimas semanas más mensajes contradictorios, rumores y desmentidos que las ideas claras, la firmeza y la unidad que debería esperarse de una eurozona dispuesta a luchar conjuntamente por un mismo objetivo.
La drástica revisión a la baja que la Comisión Europea realizó la semana pasada sobre las expectativas de crecimiento de la eurozona y del conjunto de la UE convierten en una necesidad urgente la adopción de una estrategia firme capaz de disolver la tormenta financiera y política que se ha instalado sobre las economías europeas. Se trata de una tarea irrenunciable en la que deben colaborar todas las instituciones y Gobiernos sin excepción y en la que resulta tan importante la firmeza como la cohesión. La recuperación del crecimiento en Europa depende de la reactivación de la actividad empresarial y esta no se producirá mientras el mercado de crédito continúe volcado en las crecientes necesidades de financiación del sector público y en la tarea de sanear y recapitalizar los balances de las propias entidades. Europa necesita, ahora más que nunca, mostrar una imagen fuerte y solvente no solo frente a los mercados, sino también frente a sus ciudadanos. Solo así tendrá autoridad suficiente para exigir las muchas reformas y sacrificios que todavía quedan pendientes.