La CEOE, en la hora del cambio
Más de un analista había adivinado vientos de cambio en la CEOE con la llegada de Juan Rosell y Lastortras (Barcelona, 1957) a su presidencia. Su predecesor, Gerardo Díaz Ferrán, mantuvo una línea continuista, frustrada en todo caso durante los dos últimos años por sus problemas personales con la justicia, prolongándose en exceso la agonía de su dimisión en momentos decisivos de negociación con los sindicatos de un nuevo marco laboral.
La llegada de Juan Rosell, proveniente de la patronal catalana Fomento del Trabajo Nacional y conocedor de los entresijos de la CEOE, trajo la esperanza de una mayor apertura de la organización empresarial. Rosell evocaba una iconografía diferente y venía precedido de una cierta imagen de gestor liberal, curtido en la negociación pero al tiempo abocado a llegar a pactos y acuerdos. De hecho, las comparecencias de los primeros días sonaban bien: reducir el peso de la superestructura y acercar su funcionamiento al de una empresa, ampliar el consenso social, salvar el Estado del bienestar y reacreditar la economía libre de mercado extirpando prácticas inmorales, etc.
Pero parece que las tesis del ala más conservadora de la CEOE comenzaron a imponerse enseguida, haciendo fracasar una reforma laboral con los sindicatos ya cantada. La insistencia en la exclusión de la cobertura de los convenios o las últimas declaraciones de Rosell pidiendo un nuevo recorte a 12 días para las indemnizaciones por despido procedente -argumentando que este es un incentivo para la contratación- hablan por sí solas de la deriva radical de la organización empresarial.
La CEOE, que ya realizó un cambio estatutario sin mucha trascendencia en 2006, necesita modernizar sus estructuras y reducir su aparato, introduciendo los mismos criterios de funcionamiento de una gran empresa. Con la buena intención de dar participación en los órganos de gobierno a sus más de 200 organizaciones afiliadas, está ralentizando gravemente su operatividad y eficacia. La presunta democratización de su funcionamiento convierte a la CEOE en un tremendo ente funcionarial encorsetado por sus propias reglas de juego y control. Representación que no siempre llega a ser tal, porque está mediatizada por otros intereses, desde intercambios de alianzas sectoriales y territoriales a relaciones con el poder político y ambiciones personales.
Los cambios deben primar la operatividad y la eficacia en la gestión, el cumplimiento de objetivos medibles y la optimización de sus recursos humanos y materiales. Contribuir al consenso social y a mantener las conquistas del estado del bienestar, junto a su imparcialidad política, deben ser tareas a resaltar. Sería un error quedarse solo en el papel de lobby, actuando de lanzadera de recortes salariales y en defensa de unos intereses de clase, cuando hay que apostar por aportaciones profesionales comprometidas con el cuestionario económico-social del país.
Por tanto, la presencia en los medios y la praxis de la CEOE no debe limitarse al ámbito laboral, al encuentro o desencuentro con los sindicatos en las condiciones y costes del factor trabajo, importantes pero que no explican por sí solos las tasas de desempleo recurrentes de la economía española. Nos gustaría leer más noticias sobre la CEOE implicándose en el servicio real a las empresas del país: en su modernización e internacionalización; en la promoción de las pymes en el exterior; en ser estímulo de sectores emergentes, vivero de nuevas ideas; en brindar ayuda y patrocinio a emprendedores a través de sociedades de capital riesgo; en acuerdos preferentes con entidades financieras, en la renovación de sus protocolos de formación, etc.
Es necesario plantear una colaboración continuada con los agentes sociales, desde los sindicatos a otras organizaciones de la sociedad civil, con las instituciones del Estado y, especialmente, con las universidades y la investigación, esa asignatura siempre pendiente de la economía española que no encadena debidamente la enseñanza universitaria con la realidad y las necesidades de las empresas.
Esperemos que la previsible llegada del PP al Gobierno no radicalice más las actuaciones y posturas de la confederación empresarial. Hace falta comprensión y altura de miras por parte de todos para salir de la crisis, y moverse en una línea de posibilismo. Los empresarios tienen que entender que la desigualdad entre demanda y oferta de empleo está poniendo todos los días al trabajador a los pies de los caballos.
Aprovecharse de esta debilidad, que lamentablemente se mantendrá durante los próximos años en España, no sería bueno. Los recortes deben tener un límite. Salvo que queramos tensar excesivamente la cuerda que sostiene algo tan valioso como la paz social. Mejor nos esforzamos por construir un nuevo modelo económico de desarrollo y a defender la figura del empresario que crea riqueza y empleo duradero, no pompas de jabón.
Pedro Díaz Cepero. Sociólogo y consultor de empresas