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Tribuna
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Economía para crédulos

Los líderes que llevan a un país cerca de la derrota en una guerra tienden a asumir más riesgos en lugar de zanjar un arreglo. Asumir riesgos de los que, en general, no se es consciente es una conducta comprobada. La UE acaba de adoptar decisiones sobre la recapitalización de la banca que solo se pueden explicar atendiendo a esa idea que el Nobel Daniel Kahneman expresó, hace menos de una década, para analizar el comportamiento de las personas en situaciones de incertidumbre. Decía también que en Estados Unidos, un tercio de las pequeñas empresas quiebra en un plazo de cinco años, pero al entrevistar a lo gestores, cada uno cree tener entre un 80% y un 100% de probabilidad de éxito, simplemente no saben.

Alan Greenspan escribió hace tres años, tratando de aclarar por qué no vio lo que debería haber visto, que los analistas que hacen pronósticos no deberían preocuparse de si la respuesta humana es o no irracional, sino solo si es observable y sistemática. Pues bien, si durante estos años de crisis existe algo sistemático y observable es la repetición de eventos infrecuentes, pero de efectos demoledores, que prueban el error sobre los supuestos realizados.

En 2008 los Estados apoyaron a sus bancos, principalmente a los estadounidenses, para evitar su quiebra e inyectaron fuertes estímulos fiscales a las economías en un contexto de elevada desconfianza hacia todas las entidades financieras, aunque el problema de origen estaba en los especializados en la banca al por mayor, no en la minorista como la española.

Dos años más tarde, los mercados penalizaron a los Estados al entender que los pasivos contingentes asumidos podrían poner el peligro la solvencia soberana; y en lo que llevamos de año, las dudas sobre los Estados han penalizado a los bancos a la hora de emitir, en las valoraciones bursátiles relativas o en la capacidad para crecer en depósitos.

En definitiva, en esta última fase de 2011 hemos entrado en un círculo vicioso que consiste en que aumenta la deuda pública, cae la confianza en la solvencia de los Estados y, por tanto, en el valor de su deuda pública, con el consiguiente perjuicio para la cuenta de resultados de las entidades financieras. Los inversores piensan que las entidades pueden tener problemas por ello y obligan a los Estados a poner en marcha procesos de capitalización adicionales, en los que ni ellos confían plenamente. Como consecuencia, la deuda pública vuelve a crecer y comienza de nuevo la espiral.

Pero, las cosas no suelen cambiar hasta que no se experimentan de primera mano; mientras, se persiste en el error, como demuestran estos fenómenos que hasta la fecha entraban en la categoría de lo improbable. Las personas que están comprando apartamentos en Shanghái por 10 millones de dólares, seguro que han leído acerca de las consecuencias de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, pero con certeza piensan que eso no va ocurrir en China.

Algunos países o sus dirigentes pueden creer que las medidas de la UE evitarán la presión de los mercados sobre ellos y otros opinarán que son muy acertadas para corregir un problema común. Sin embargo, pocas veces se es consciente de por qué se actúa de determinada manera y, a menudo, es muy difícil predecirlo. Todos somos muy buenos relatando una historia que sintetiza el porqué de lo que se hace, pero eso no implica que realmente se conozca la razón por la que se lleva a cabo.

Por ejemplo, es evidente que existe una correlación directa entre la evolución del PIB y la morosidad, a menor crecimiento económico, mayor morosidad y viceversa. Estamos viviendo esa situación en España, de hecho, es la razón que impide que el negocio bancario se desarrolle con normalidad. Si la tasa de morosidad es alta, porque el PIB retrocede, los incentivos para prestar se reducen, por lo que presionar a los intermediarios financieros es un camino demasiado largo cuando existe un camino más corto, como el de recuperar el PIB. Esto último no parece incluido en las prioridades de la UE. ¿Por qué?

La historia es rica en ejemplos de buena fe que terminaron en decisiones catastróficas, porque escondían planes para el futuro. Chamberlain, primer ministro de Gran Bretaña, escribió a su hermana acerca de Hitler: "Pese a la dureza y crueldad que me pareció ver en su rostro, tuve la impresión de que podía confiarse en ese hombre si daba su palabra de honor", y dijo algo parecido en el Parlamento británico.

Para evitar el dilema entre engañar y ser engañado, Stuart Mill proponía una cautela tan sencilla como olvidada de forma recurrente: si una verdad fundamental no encuentra opositores, es indispensable inventarlos y proveerlos de los argumentos más válidos que el más astuto abogado del diablo consiga inventar. La Iglesia inventó esa figura en el siglo XVI para poner a prueba las presuntas verdades de los candidatos a la canonización.

En todo engaño hay dos tipos de errores, uno por incredulidad, pensar equivocadamente que miente una persona que dice la verdad, y otro de credulidad, creer de forma equivocada que dice la verdad alguien que miente. ¿Qué debemos pensar acerca del acuerdo de la UE?

Carlos Balado. Director de Obra Social, Comunicación y Marketing Corporativo de la Confederación Española de Cajas de Ahorros

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