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Columna
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Cambios brutales

En la CEOE se reclaman con urgencia cambios brutales para reconducir la situación del empleo. El reclamo parece responder a las cifras de paro registrado correspondientes al mes de octubre, que fueron conocidas el jueves, según las cuales se ha producido un incremento de 134.182 nuevos desempleados, lo cual deja la cifra total en 4.360.926.

El adjetivo brutal empleado por la CEOE ha tenido un eco muy notable, que parece buscado con intención. Porque los amigos de la patronal tenían a su disposición un espléndido arsenal de calificativos, que les habría permitido expresarse de modo más civilizado. Mientras que la brutalidad está en los antípodas de la civilización. El reino de los brutos es el de la selva, donde solo es operativa la ley del más fuerte. Han hecho falta millones de años para que nuestros antepasados los homínidos pasaran de la brutalidad a la civilización; del empleo de la fuerza bruta al desarrollo de las destrezas, y de la embestida, a la racionalidad.

La expresión "cambios brutales" dice relación más que a la magnitud de los cambios al modo en que vayan a ser efectuados. Indica que serán operados con brutalidad. Es decir, que lo que parece estar en juego es una cuestión de procedimiento y su mero enunciado amedrenta.

El recurso a la brutalidad suele venir patrocinado en principio por quienes se consideran mejor dotados para su ejercicio, es decir, por los más fuertes. Los peor dotados, los más débiles, se inclinan por la fuerza de la razón, habida cuenta de que acudir a la razón o sinrazón de la fuerza les sería desfavorable. Tener la superioridad de la fuerza y hacer un ejercicio de contención para debatir en el plano de la razón es el primer síntoma de la civilización en la que aspiramos a vivir. El poder fundante de la fuerza es un hecho reconocible del que los usos y costumbres nos distancian para abrir espacios al civismo. Por eso la invocación a favor de cambios brutales parece una recaída en las cuevas de Atapuerca, en el primitivismo, un regreso a la brutalidad sería una dimisión de todos nuestros progresos en la convivencia que se ha ido tejiendo y refinando durante miles de años, que dio origen al derecho, que eliminó el procedimiento expeditivo de que cada uno se tomara la justicia por su mano, que propició el establecimiento de las instituciones, que permite la vida en sociedad.

Después de ese avión no tripulado con el cargamento letal de "cambios brutales" apareció en el programa de Hoy por Hoy de la Cadena SER, dirigido por Carles Francino, el vicepresidente de la CEOE y presidente de la patronal madrileña y de la Cámara de Comercio, Arturo Fernández, al que se le pidieron explicaciones. Así supimos que a los empresarios les gusta contratar pero necesitan una autopista de facilidades. Enseguida se vio que esas facilidades de que tan necesitados están son facilidades para despedir, para seguir despidiendo en línea con lo que han venido haciendo desde hace años conforme a los vientos dominantes.

Fue interesante escuchar a nuestro Arturo Fernández que el día más feliz es cuando le dicen que han pagado las nóminas y probablemente sincero, porque lo contrario, la imposibilidad de hacer frente a las mismas, desencadena problemas para cualquier empresario, máxime cuando las fuentes del crédito aparecen exhaustas.

Más aún su afirmación de que a los empresarios lo que más les gusta es contratar, pero que necesitan una autopista de facilidades. Desde luego, la ejecutoria de Arturo Fernández confirma que él está por esa labor. De otro modo, sería imposible que hubiera podido enrolar en sus filas a más de 3.000 empleados. Pero afirmar que ese gusto por contratar es compartido por la generalidad de los empresarios es harina de otro costal. A muchos empresarios lo que les gusta es presentar unas cuentas de resultados con beneficios crecientes y empleos menguantes.

Miguel Ángel Aguilar. Periodista

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