Europa pierde la mirada de Trichet
La edad o la veteranía suelen animar la evocación y el balance. Pero Jean-Claude Trichet (1942) no parece dispuesto a recrearse en el pasado ni siquiera en el momento de su jubilación. Y hasta hoy, último día de su mandato al frente del Banco Central Europeo, ha mantenido la mirada puesta en el futuro de Europa, fiel a su visión política de un trabajo técnico en apariencia.
Tras ocho años en Fráncfort, Trichet se despide reflexionando sobre el futuro de una Unión Monetaria que ayudó a construir desde su etapa como alto cargo en la Administración francesa. Tres décadas después, con el euro en medio de su primera gran crisis de identidad, el segundo presidente en la historia del BCE invita a los europeos a preservar en su unidad.
"Cuando se busca una justificación para la integración europea hay una tendencia a mirar hacia atrás", señaló Trichet la semana pasada. "Esa perspectiva es completamente correcta, pero también incompleta", añadió ante los estudiantes de la Universidad Humboldt de Berlín en el que tal vez fuera su último discurso importante como presidente del BCE.
"Ahora hay más razones que en 1945 para avanzar hacia una Europa cada vez más unida", anima el francés
Para Trichet, "en estos momentos hay muchas más razones que en 1945 para avanzar hacia una Europa cada vez más unida, y todas esas razones están relacionadas con el porvenir". El francés considera que en el nuevo escenario geopolítico, marcado por países emergentes como China, Europa solo podrá mantener su prosperidad e influencia si profundiza su integración política y económica.
El empeño de Trichet en dirigir la atención hacia el futuro se podría interpretar como un intento de ocultar los posibles errores de su mandato.
Sus críticos le reprochan, por ejemplo, que en la recta final descubra la necesidad de reforzar la vigilancia presupuestaria, hasta el punto de proponer que Bruselas asuma el control de un país en casos extremos. O que sugiera la designación de un ministro europeo de Finanzas tras pasarse ocho años sin contrapeso político real, lo que le ha permitido erigirse en la principal figura de la zona euro.
Pero a punto de cumplir los 69 años y con un reputación a nivel mundial apenas discutida, Trichet parece sinceramente más preocupado por la supervivencia de una moneda que cuida como obra propia que por la valoración académica sobre su política monetaria.
Errores de cálculo
En ese terreno, los analistas coinciden en que el mayor fiasco cometido por el BCE desde la llegada de Trichet fue en julio de 2008, cuando subió un cuartillo los tipos de interés (desde el 4%) en vísperas de la mayor recesión de los últimos 60 años. El francés nunca se ha desmarcado de una decisión que en su día provocó las iras de casi toda la zona euro, desde el Gobierno español hasta el francés, el alemán y el italiano.
En descargo del BCE se podría recordar que la inflación se encontraba entonces en el nivel más alto (3,7%) en 16 años y que los costes laborales crecían al ritmo más acelerado del último lustro. Pero parece claro que el Consejo del BCE presidido por Trichet tomó por tropiezo lo que era un enorme batacazo económico. No fue el único. Seis días antes de la fatídica reunión de Fráncfort, el influyente diario británico Financial Times pedía al BCE que resistiera la presión política y subiese los tipos. "Su credibilidad sería seriamente dañada si toma otra opción", editorializaba el periódico, tras advertir que "un recorte preventivo de tipos no es la respuesta adecuada al riesgo de una caída".
La obsesión de Trichet por demostrar la independencia de su institución quizá fuera, entonces y después, su peor consejera. Con solo 13 años de vida, el BCE ha intentado hacerse merecedor del mismo respeto que su principal ancestro, el Banco de Alemania o Bundesbank. La estrategia funcionó durante los años de bonanza y Fráncfort, sobre todo desde que Trichet sustituyó al primer presidente Wim Duisenberg, se permitió ignorar cualquier sugerencia política sobre los tipos de interés. En algún momento, incluso pareció que alguna decisión solo pretendía demostrar su inmunidad a la posible presión de París, Berlín, Roma o Madrid.
Pero a partir de 2008, cuando la crisis cruzó el Atlántico y arrasó buena parte del sector financiero europeo, Trichet se vio obligado a replegarse en una actitud cada vez más defensiva. Sus enfrentamientos con los líderes europeos aumentaron en frecuencia y acritud, en especial con el presidente francés, Nicolas Sarkozy. Solo su pragmatismo y su visión política le ha permitido capear la tensión y convertirse en la única figura comunitaria que Sarkozy y la canciller, Angela Merkel, parecen tomar en cuenta.
Pero la unidad del BCE no ha salido indemne de los equilibrios de Trichet, sobre todo, tras el rescate Grecia en mayo de 2010. El BCE, muy a su pesar, se vio forzado a poner en marcha un plan de compra de deuda pública para evitar el contagio del virus griego a otros socios de la zona euro.
La claudicación de Trichet fracturó el Consejo de Gobierno y acabó con las aspiraciones del principal candidato a suceder al francés, el presidente del Bundesbank, Axel Weber. El cisma ha ido a más hasta provocar la salida del economista-jefe del BCE, el también alemán Jürgen Stark.
Para colmo, en este annus horríbilis de Trichet, el BCE repitió la jugada de 2008. Elevó los tipos de interés y dos veces (en abril y julio), al interpretar que Europa comenzaba a despegar. En agosto, la zona euro capotó y Trichet llega al final de su mandato con unos tipos (1,5%) inadecuados, según la mayoría de los analistas; con una montaña de bonos estatales de 173.000 millones de euros, y con toda una línea de medias heterodoxas (ofertas de liquidez ilimitada, aceptación de colaterales por debajo del rating inicial...) imposibles por el momento de retirar.
A cambio, Trichet deja una institución que parece acercarse a su mayoría de edad, que ha mantenido a raya la inflación mejor aún que el Bundesbank y que puede hablar de igual a igual a la Reserva Federal estadounidense. De su sucesor, Mario Draghi, dependerá que ese legado sobreviva en medio del torbellino actual.