Presidenta, viuda, todopoderosa
Reforzada por una reelección arrasadora, la gobernante argentina deberá frenar la fuga de capitales y corregir las distorsiones de una economía basada en subsidios
Podrán acusarla de frívola y autoritaria, pero Cristina Fernández sabe cómo reponerse de una pérdida irreparable. El 27 de octubre de 2010 se quedó viuda de repente. Néstor Kirchner, el hombre con el que desde 1975 lo había compartido todo, moría de un ataque al corazón. En ese momento, muchos en Argentina pensaron -no pocos con alegría- que sin el apoyo de su esposo, al que se consideraba el verdadero mandamás en la sombra, la presidenta no sería capaz de sostener un Gobierno en horas bajas y que el proyecto político de los Kirchner estaba acabado. Obviamente, la subestimaron.
El domingo pasado se aseguró un segundo mandato consecutivo con el 54% de los votos, el control del Congreso y de la mayoría de las gobernaciones. Ha sido un resultado apabullante, solo comparable con la elección de Perón de 1973, y que hace un año, cuando su popularidad apenas superaba el 20%, nadie hubiera imaginado. "La tragedia personal le abrió el camino a la épica", ha escrito el columnista de La Nación Santiago Kovadloff. La líder peronista ha sabido capitalizar políticamente la gratitud que el recuerdo de su difunto marido despierta en las clases menos favorecidas y la compasión que su duelo suscita en las clases altas. "Néstor con Perón. Cristina con Argentina", ha sido el lema de su campaña.
Cristina Elisabet Fernández nació el 19 de febrero de 1953 en La Plata, capital de Buenos Aires. Su padre, Eduardo, era chófer de autobús y su madre, Ofelia, sindicalista. Ideológicamente estaban en las antípodas. Eduardo era un conservador radical y Ofelia, peronista. Ambos influenciaron en su formación política, aunque no tanto como su abuelo materno Wilhelm, de quien heredó la admiración por Juan Domingo Perón y la afición por el libro La razón de mi vida, de Evita. Le gustaba la historia, el tabaco y las carteras. También el maquillaje. Se pinta con profusión desde los 14 años, en parte para ocultar la rosácea que padece desde siempre.
Su modelo económico obtuvo un crecimiento del 8%, pero también una inflación anual del 25%
De carácter fuerte y combativo como su madre, forjó su militancia política en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata, donde en 1974 conoció a Néstor, El Flaco, un santacruceño de 1,87 metros de altura y lentes gruesas que la conquistó con su locuacidad y valores compartidos. Se casaron seis meses después, en mayo de 1975, por lo civil, en una reunión íntima. Urgidos por evitar la represión militar que se instaló en la universidad tras el golpe de 1976, se mudaron a Ríos Gallegos, la ciudad natal de Néstor, tan pronto como este consiguió el título. Allí abrieron un bufete. Tuvieron dos hijos: Máximo (1977) y Florencia (1990). Entre ambos, Cristina perdió un embarazo de seis meses, lo que ella achacó a su temprana afición por el cigarro. A raíz de este suceso dejó de fumar.
La carrera estelar de la pareja se inició a fines de los ochenta, con la elección de Néstor como intendente de Ríos Gallegos, en 1987, y de Cristina como diputada por Santa Cruz, en 1989. Su marido ya había ascendido a gobernador cuando en 1995 fue elegida senadora por la misma provincia, cargo que repitió más adelante, pero por Buenos Aires. Como parlamentaria apoyó la asignación universal de un subsidio por hijo y el matrimonio entre homosexuales. Esta trayectoria contribuyó al triunfo de su marido en las presidenciales de 2003, marcadas por las secuelas del default y el corralito, aunque no fue tan determinante como el discurso mismo de Kirchner, que ofreció un programa de corte social a una población indignada con el neoliberalismo que encarnaban los demás candidatos.
La exitosa gestión de Néstor en la Casa Rosada, que a fuerza de devaluar la moneda logró sacar al país de la quiebra, hizo posible una imagen inédita en la región: en diciembre de 2007 un hombre entregaba el bastón de mando a su esposa. A partir de ese momento el país pasó a ser gobernado por un doble comando. Favorecida por el alza del precio de la soja, Cristina continuó las políticas populistas de su marido. Pero su imagen superficial, acoso a los medios opositores y conflicto con el poderoso sector agrícola deterioraron su popularidad. Todo cambió con la muerte de Néstor. La presidenta asumió un riguroso luto que mantiene hasta hoy. Limitó sus comparecencias públicas a actos protocolarios donde a menudo aparecía adusta y llorosa. En campaña, cosechó votos regalando ordenadores y nacionalizando las retransmisiones del campeonato de fútbol.
Con todo el poder en su mano, ahora tiene el reto de respetar la pluralidad democrática y corregir las distorsiones de un modelo económico basado en el subsidio de los servicios públicos. Este modelo permitió aumentar el consumo interno a un 4% anual, obtener una tasa de crecimiento media del 8% desde 2003 y bajar la tasa de paro al 7%. Pero provocó también un incremento del 35% anual del gasto público y una inflación anual del 25%, según estimaciones privadas, ya que el FMI no confía en las estadísticas oficiales. El fuerte ingreso de divisas propiciado por los altos precios de los granos se ve contrarrestado por la creciente fuga de capitales del sistema financiero -los ahorradores prefieren el dólar antes que el peso-. Este fenómeno debe atajarse porque lleva a que el Banco Central pierda reservas -actualmente en 33.700 millones de euros- que el país necesita para pagar sus deudas y amortiguar el impacto de la crisis internacional. Como señala el analista Néstor O. Scibona, la pregunta es si Cristina estará dispuesta a asumir el coste político de medidas impopulares, habituada como está a capitalizar solo beneficios.