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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una crisis financiera, pero también política

El Gobierno de Silvio Berlusconi salvó ayer in extremis una crisis política que en las últimas horas amenazaba seriamente con frustrar el resultado de la cumbre europea que se celebra hoy en Bruselas. Las crecientes especulaciones sobre una caída del Ejecutivo italiano, atrapado por la urgencia de presentar en la capital belga unas reformas que sus socios de Gobierno se negaban a suscribir, se saldaron en la noche de ayer con el anuncio de un acuerdo entre el partido de Berlusconi (el Pueblo de la Libertad, PDL) y la Liga Norte (LN) en torno a los deberes que Il Cavaliere debía llevar bien preparados a Bruselas. Por si la cita no estuviese rodeada ya de suficiente carga política, la atención apunta hoy también a Berlín, donde la canciller alemana Angela Merkel tratará de recabar el respaldo del Bundestag antes de sentarse a negociar esta tarde en la capital belga los tres grandes temas que centran el encuentro: la recapitalización de la banca europea, el segundo rescate de Grecia y la ampliación del fondo de rescate de la zona euro. Tres capítulos que Europa aspira a tener resueltos antes de la reunión que el G-20 celebrará a principios de noviembre en Cannes.

De esos puntos de negociación, no cabe duda de que el tercero es, a priori, el más complejo. Mientras que el objetivo de reforzar la capacidad del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF) está claro -dotar al instrumento con más de un billón de euros desde los actuales 440.000 euros de capacidad efectiva-, el modo de llevarlo a cabo ha generado serias diferencias entre Francia y Alemania. La tesis de esta última, que finalmente parece haberse impuesto, pasaría por potenciar también el FEEF como un instrumento financiero para captar capital de países emergentes de manera bilateral o a través del FMI. Al tiempo podría ofrecer avales para la emisión de deuda en las economías más débiles de la eurozona, con el compromiso de asumir parte de las potenciales pérdidas.

A ese acuerdo sobre la ampliación del FEEF hay que sumar también la puesta en marcha de la segunda ronda de capitalización de la banca europea, que a priori afectará a medio centenar de entidades financieras y tendrá un coste de en torno a 100.000 millones de euros, y el pacto sobre el segundo rescate de Grecia. Todo ello constituyen objetivos ambiciosos para una cumbre que llega precedida por una larga lista de fracasos y desencuentros que no han hecho sino agravar la seria crisis de confianza que atenaza la zona euro. Si algo indiscutible se puede extraer de la tormenta de deuda soberana que se ha instalado sobre Europa es que la única medicina capaz de recuperar la confianza de los mercados financieros es un acuerdo global y sin fisuras entre los socios de la zona euro. Precisamente por ello, resulta doblemente grave la incapacidad política que los líderes europeos han mostrado hasta el momento para lanzar un mensaje firme y unívoco de cohesión, así como sus dificultades para poner en marcha con rapidez medidas concretas destinadas a solventar la situación.

Del mismo modo que el chiquillo puso en evidencia la desnudez del emperador, esta crisis de deuda soberana no ha hecho sino destapar la ineficiencia y la debilidad institucionales de una Europa absolutamente carente de una estructura política inteligible y que sea capaz de disciplinar con firmeza a sus miembros. Una fragilidad que los mercados financieros perciben con el olfato del buen cazador y que supone un lastre de enorme peso para el futuro de la eurozona. El parche con el que se está tratando de cubrir una vez más esa vía de agua -un liderazgo franco-alemán en el que la balanza de poder se inclina decididamente hacia Alemania- está generando tensiones previsibles entre unos Estados miembros que no están dispuestos a aceptar con igual docilidad las directrices emanadas de un organismo comunitario que las que traen el sello de Berlín y París. La airada reacción de Berlusconi el pasado domingo frente a las recomendaciones de sus socios europeos son una muestra de la urgente necesidad que tiene la zona euro de resolver no solo sus dificultades financieras, sino también su minusvalía política.

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