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Columna
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El salario como norma social

El desempleo aumenta en septiembre en 95.817 personas (2,3%), como es tradicional en este periodo del año por la finalización de la campaña turística (40% de la pérdida de empleo) y, en parte, por los ajustes de empleo en las comunidades autónomas y ayuntamientos (Administración pública y actividades sanitarias aglutinan el 45% del la pérdida de empleo).

Los salarios se han erigido como uno de los principales temas de debate en el ámbito económico por su gran influencia en el mercado laboral. Su capacidad de respuesta afecta al comportamiento de las variables de los mercados de trabajo y a la economía en general. Una distribución eficiente de los salarios contribuye a mejorar el mercado de trabajo y a limitar las desigualdades.

El salario es el precio que se paga por la contraprestación de un trabajo y constituye una realidad importante en nuestra vida diaria. No solo nos suministra una renta que se puede utilizar para cubrir las necesidades personales y familiares, así como conseguir bienes y servicios que hacen que la vida sea más satisfactoria, sino que también determina lo que pensamos de nosotros mismos y nuestra autoestima junto con lo que piensan los demás de nosotros. Dado que los diversos tipos de trabajo que realizan las personas tienen una influencia fundamental en su vida, es importante evaluar el funcionamiento del mercado de trabajo desde el punto de vista del salario.

El trabajo, y el salario económico asociado al mismo, se constituye, así, en el principal medio no solo de resolver nuestras necesidades básicas y de seguridad, sino que además el salario emocional (reconocimiento social a nivel personal o profesional) aumenta la confianza, autoestima y compromiso con la empresa. Pero ¿por qué unas personas ganan más que otras? Numerosos expertos coinciden en afirmar que las diferencias salariales son debidas a la combinación de factores económicos, poder de los sindicatos, falta de movilidad de la mano de obra, productividad del trabajo (capital humano) y diferencias tecnológicas regionales.

Otros expertos van más allá al considerar que el salario es aceptado como una norma o costumbre. Keynes afirmaba: las personas son muy sensibles a su salario relativo, es decir, a la diferencia entre sus ingresos y los de los demás. Pero en este caso: ¿qué distribución puede ser considerada razonablemente aceptada?

John Hiks, premio Nobel, decía: es difícil estar de acuerdo sobre un reparto equitativo de las rentas, pero una vez establecidas, es aceptado generalmente y se considera normal. La distribución de los salarios es producto de la costumbre y cada persona lo percibe de ese modo. La idea de aceptar el salario como norma permite comprender por qué en el sector de la enseñanza, que requiere una cualificación mucho mayor que otros (ejemplo, sectores de la industria y la construcción), su salario sea bastante inferior. Como asimismo, el sector sanitario, compuesto en su gran mayoría por mujeres, que con preparación igual a los varones, su salario es inferior a otros sectores. Aquí la idea de una jerarquía social construida en torno a salarios masculinos y femeninos explica esta situación.

Del mismo modo se puede comprender, aunque no se comparta, que actividades ocupacionales consideradas rutinarias y penosas estén mal remuneradas. En una lógica de oferta y demanda habría que remunerar más estos puestos de trabajo para compensar su escaso atractivo por parte de la población activa. Sin embargo, predomina la situación inversa. Es como si un trabajo poco valorizado desvalorizase a la persona que ejerce el mismo hasta tal punto de hacerle aceptar un salario bastante inferior.

Diversos expertos afirman que las diferencias salariales reflejan la contribución de cada persona a la producción. Pero esta idea resulta insuficiente. Hoy la remuneración de los directores generales de las grandes empresas en Estados Unidos representa 500 veces el salario medio. En Francia, 15; Japón, 11; Inglaterra, 15, y de 13 en Alemania. Es imposible explicar las diferencias por la productividad de unos y de otros. Los directores americanos no son 20 veces más eficaces que sus homólogos extranjeros. Por último, diversos economistas tratan de determinar qué nivel salarial permite maximizar la producción. Pero este planteamiento no tiene en cuenta ni la distribución salarial que debe ser razonablemente adecuada, como las aspiraciones de las personas en términos de justicia distributiva.

Vicente Castelló. Profesor universidad jaume I

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