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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una bomba de relojería en el sistema financiero

La reunión anual que celebran en Washington el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) ha arrancado con un duro y realista mensaje de advertencia que no se presta a equívocos ni a dobles interpretaciones. El presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, reconocía ayer que el fantasma de la segunda recesión que desde hace tiempo planea sobre la economía global adquiere cada día mayores tintes de probabilidad, por lo que sería "irresponsable" no actuar en previsión de esa coyuntura. En un ejercicio de impecable voluntarismo, Zoellick volvió a hacer uso de la palabra "improbable" para referirse a ese escenario, pero reconoció ya sin ambages que la creciente multiplicación de signos negativos juega en contra del optimismo. Al contrario de lo ocurrido en 2008, cuando la llegada de la tormenta financiera cogió a Estados Unidos y a Europa con el pie cambiado, el de ahora constituye un riesgo anunciado. En ese sentido, tanto las palabras de Zoellick como el crudo análisis realizado hace unos días por la directora del Fondo Monetario, la francesa Christine Lagarde, deben ser entendidos como un llamamiento urgente a la acción. El diagnóstico ya está hecho: ahora toca actuar y hacerlo con prontitud.

La comparación con lo ocurrido en 2008 es un ejercicio útil y necesario, pero la diferencia entre ambas situaciones no es baladí. La entrada en escena de la crisis de deuda soberana -de la que hemos conocido su inicio pero de la cual resulta muy difícil vislumbrar el final-, las perspectivas negativas de las economías -incluidas señales preocupantes por parte de las emergentes-y, sobre todo, la bomba de relojería en que se ha convertido el sistema financiero europeo, con especial exposición de la banca francesa y la alemana, son cartuchos que en estos momentos es absolutamente necesario desactivar.

Pese a advertir que se trata de una cifra que debe ser tomada con cautela, los 300.000 millones de euros en que el FMI ha cuantificado el riesgo asociado al deterioro de los activos de deuda soberana en manos de la banca europea dan una idea de la magnitud del problema a que se enfrenta no solo esta, sino el conjunto de la economía europea y, por ende, también global. El castigo bursátil a que están siendo sometidas desde hace meses la mayor parte de estas entidades evidencia que la desconfianza de los mercados no se acaba en los Estados con balances desequilibrados, sino que se extiende con vigor a la banca. A lo largo del último año, más de una decena de entidades financieras europeas han perdido más de la mitad de su valor en Bolsa; cuatro han cedido más del 60%; igual número cede más del 70%; otras dos más del 80% y una última alcanza el 98%. La desconfianza de los inversores internacionales no puede resultar, ni mucho menos, una sorpresa cuando se examina con detalle la naturaleza del incremento del riesgo que soporta el sector, del que 71.000 millones corresponden a deuda italiana y 56.000 millones a deuda griega, y las escasas perspectivas de solución que tanto Gobiernos como organismos internacionales han ofrecido hasta ahora.

A estas alturas nadie niega la necesidad de que el sistema financiero europeo acometa un nuevo proceso de recapitalización. La sombra de una cada vez más probable reestructuración de la deuda griega y el oscuro horizonte que ofrece la evolución de las economías hace evidente que ese proceso deberá ir acompañado de una fuerte inyección de fondos públicos. La forma de articular ese respaldo puede suscitar diferencias, pero lo que no puede discutirse es la urgencia de llevarlo a cabo. Tanto el "impulso político colectivo" al que hacía ilusión ayer mismo la directora del FMI, Christine Lagarde, como el mensaje de apoyo al euro que se espera tras la reunión de los ministros del G-20 que se celebrará este fin de semana en Washington, deben servir de acicate para adoptar soluciones efectivas. A lo largo del último año han abundado los discursos y respaldos políticos, pero ahora es imprescindible que estos vayan acompañados de medidas concretas. Y es que, como ha recordado el presidente del Banco Mundial, esta vez no existe la excusa de que el riesgo no se vio venir.

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