La patata caliente de los Presupuestos
Un simple vistazo al calendario de aquí a final de año basta para detectar que el adelanto de las elecciones generales al próximo 20-N va a traer consigo, al margen de los resultados que salgan de las urnas, una primera consecuencia de importante calado político y económico. El poco margen de maniobra que deja la fecha de los comicios impedirá al nuevo Ejecutivo aprobar los Presupuestos Generales del Estado para 2012, como muy pronto, antes del próximo mes de marzo. Para evitar esa coyuntura, de especial gravedad en el adverso escenario económico en que está inmersa España, el Partido Popular ha reclamado al Gobierno que apruebe antes de las elecciones un real decreto destinado a prorrogar los actuales Presupuestos.
La prórroga de las cuentas de 2011 aparece, a estas alturas del ejercicio y a falta de un nuevo Presupuesto, como la opción necesaria. La incógnita reside en el modo en que esa prórroga vaya a ser articulada y, sobre todo, en quién será el encargado de llevarla a efecto. En caso de que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero decida desoír la petición de asumir esa responsabilidad, la tarea recaería sobre el Ejecutivo que salga de las urnas después del 20 de noviembre. Una tercera posibilidad, bastante menos recomendable y con mucho mayor coste para la imagen exterior de España, contempla el escenario de que ni el Gobierno saliente ni el entrante adopten la decisión de prorrogar las cuentas. En ese caso, la legislación prevé de forma automática que los Presupuestos del año que finaliza se extiendan al que se inicia. No en vano, aunque la peculiar coyuntura política que vive actualmente un país como Bélgica ha confirmado que se puede sobrevivir más de un año sin formar Gobierno, lo que todavía no se ha demostrado es, sin duda, que se pueda funcionar sin un Presupuesto.
A nadie se le escapa que la decisión de dilatar a un nuevo ejercicio presupuestario unas cuentas de fuerte carácter restrictivo tiene un importante precio político y no constituye, por tanto, una tarea grata. Desde las filas populares se argumenta con razón la urgencia de que las distintas Administraciones públicas españolas puedan contar cuanto antes con la seguridad jurídica y operativa que otorgan unas cuentas en las que se detalle el montante de las transferencias que recibirán de la Administración central.
Ya ahondando en el terreno de los juicios de intenciones, el partido de Mariano Rajoy atribuye la negativa del Gobierno a decretar la prórroga a la reticencia a modificar unas previsiones económicas "irreales" y a cargar con decisiones tan impopulares como la de mantener los recortes en el sueldo de los funcionarios. Pese a que el Ejecutivo asegura que los entes locales y autonómicos cuentan desde el pasado mes de junio con una previsión de los recursos financieros que recibirán de la Administración central, desde la oposición se ponen en duda tanto las previsiones de ingresos del Gobierno como las de crecimiento. Más aún cuando organismos como el Fondo Monetario Internacional (FMI) han recortado de forma importante estas últimas y cuando existen dudas razonables de que el Presupuesto actual pueda cumplir incluso con las exigencias impuestas por Bruselas este año.
Más allá de la contienda política, a estas alturas del ejercicio España debería contar ya con unos Presupuestos de cara al ejercicio que viene. Dado que esa tarea no se ha llevado a cabo, resulta imprescindible solventar cuanto antes esa deficiencia y hacerlo de un modo consensuado y sereno. No solo porque la situación actual suscita importantes y serias dudas acerca de cuestiones como cuál será el sueldo de casi dos millones de funcionarios en 2012 o el importe que tendrán las pensiones mínimas y no contributivas que perciben 3,2 millones de ciudadanos, sino porque cuanto más tarde se resuelva esa laguna más penalizará la precaria situación económica de España y la confianza por parte de autoridades comunitarias y mercados financieros. Todo apunta a que 2012 será un año de extraordinaria dificultad y austeridad para todos los españoles. Por esa misma razón, en este capítulo como en tantos otros, el tiempo corre y apremia.