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Tribuna
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Eurobonos y federalismo

Definitivamente, ¿van los mercados por detrás o al socaire de las decisiones políticas, o por el contrario, son estas las que ejecutan los guiones o el pentagrama que marcan los inversores? Hace apenas un mes, la canciller alemana negaba con vehemencia que la emisión de eurobonos fuera la solución a la crisis. Al contrario, la agravarían aún más, conocedora como es del peso que Alemania tendría en la garantía de emisión de los mismos. A los pocos días, desde París, con Nicolas Sarkozy a su lado, comparecían al unísono con el mismo guion. Tal vez en tanta negativa se precipitaba lo que tarde o temprano existirá: el eurobono.

Si la semana anterior terminó con convulsión, esta arrancó en parecidos términos. Han rebajado algo la tensión tanto las comparecencias de Angela Merkel como la reunión a tres bandas entre París, Berlín y Atenas con el despropósito griego y lo que eufemísticamente se arguye ya como una quiebra ordenada. La tónica es nunca llegar a tiempo y en tiempo. Ahora parece que este mismo síntoma preside a lo público y a los Estados. Ha tenido que ser José Manuel Barroso, el presidente de la Comisión, el que salga a la palestra y hable ya de la posibilidad de emitir eurobonos. Todo está por concretar. La oposición enérgica alemana se convertirá a la larga en una reglamentación para los mismos conforme a los dictados e imposiciones germanas. Todo se verá, pero en el terreno económico y fiscal, por ahora, Alemania marca el derrotero. Sorprende sin embargo la alocución de Barroso a un mayor "impulso federalista". Y los inversores pequeños animan las Bolsas.

Emitir eurobonos es emitir instrumentos financieros que estén garantizados por todos los países de la zona euro y no de toda la Unión en caso de que, llegado el vencimiento, un Estado no pueda cumplir y pagar. Y esto, que sobre el papel parece fácil, se antoja complejo y angosto. Lo de menos es la integración, ya no solo económica sino, y sobre todo, fiscal y financiera, más complejo es arbitrar y articular este cauce. Si la similitud y credibilidad de cada país rozasen cierta armonía es evidente que se allanarían no pocas dificultades. Pero ¿por qué Alemania está pagando su deuda a 10 años al 1,7%, nosotros al 5,6% o Grecia a un 20%? Credibilidad, confianza, robustez y solidez financiera. Confianza de los inversores en nuestra economía, máxime en nuestra capacidad de pago, en nuestra liquidez. Y aquí está uno de los nudos gordianos del problema y que no se soluciona con más impulsos federalistas ni tampoco con una malsana y malentendida solidaridad. Alemania sabe que el peso principal de los eurobonos recaerá a modo de garantía en ella. No se cansa de pedir, exigir, rigor y austeridad, esfuerzo y recortes, sobre todo a algunos países y economías manirrotas y pésimamente gestionadas por sus políticos. Haría bien en exigir una mejor regulación en fondos de inversión y participación. Pero aquí todos callan.

No es la panacea, sino un tímido remedio a un fracaso por el momento. Si se adopta finalmente se hará como reacción a los males desregulatorios, a la ausencia de rigor y adopción de medidas económicas y fiscales en la mayoría de los países euro, al desastre disimulado de las cuentas públicas, a la creación de una moneda sin que los mimbres financieros y económicos, pero sobre todo de gobernanza, hubieran estado siquiera tímidamente esbozados. Urge una serena reflexión sobre ventajas e inconvenientes que supone la emisión del eurobono. Cómo armonizar y equilibrar las medias de todos los países en función de rentabilidad, pero también de la liquidez de cada país, de la solvencia, del riesgo, de la probabilidad o no de adoptar ciertos rumbos, es una decisión que exige seriedad y compromiso.

No debe verse como el remedio bondadoso que nos sacará de la crisis. La deuda y el déficit de cada país no es sincrónico. Unos están más endeudados con respecto a su propio PIB que otros, pero con el eurobono la garantía es clara, la solvencia acaba siendo responsabilidad de todos. No puede crearse sin una política fiscal única, clara, seria, y con escaso margen para la flexibilidad. No puede crearse sin ponderación real. Para los países al borde del abismo facilitará su rescate y la reestructuración de su deuda, abaratando el acceso a la financiación. Para los fuertes, encarecerá esta y les gravará la responsabilidad en el cumplimiento del resto. Empieza un pulso. Tira y afloja de poder. Pero no construyamos castillos de naipes sobre la arena de nuevo. Pensémoslo bien.

Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil de Icade

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