La quiebra griega no implica dejar el euro
Un default griego no es lo mismo que abandonar el euro. Una idea errónea común es unir ambos conceptos. Pero un default es tanto probable como deseable, mientras sea en orden. Traer la dracma de vuelta no es ninguna de las dos cosas. No solo sería malo para Grecia, sería culminar el mayor lío dentro de la zona euro y desencadenar una fase más virulenta de la crisis.
La carga de la deuda de Atenas sería insoportable incluso tras haber acordado sin entusiasmo a finales de julio un default. Grecia se mantiene desviándose del plan que acordó con sus salvadores, la zona euro y el FMI. La tensión aumenta en casa, las relaciones internacionales se están agriando y los nervios de los mercados están perpetuamente crispados. Recortar sustancialmente la deuda ayudaría a recolocar a Grecia en el camino a la recuperación. Incluso Alemania, que estuvo firmemente en contra de cualquier default antes de 2013, parece aproximarse a la idea.
Es crucial que el default se produzca ordenadamente. Lo que quiere decir que debería formar parte de un nuevo programa, que continuaría proporcionando liquidez a Grecia a cambio de compromisos firmes con sus reformas. También quiere decir que Alemania, Francia y otros países tendrían que bombear dinero a sus propios bancos para gestionar la caída. Pero obligar a las entidades a confesar su propia locura en los préstamos sería algo bueno.
Pero el default no significa abandonar el euro. Aunque Grecia nunca debería haber formado parte de la moneda única, su expulsión crearía un enorme embrollo. No hay previsión para una salida, menos aún para una expulsión, lo que quiere decir que solo podría pasar como resultado de una tremenda bronca diplomática, llevando a Grecia al colapso de su sistema financiero. Eso no solo machacaría su economía; el contagio al resto de la eurozona sería duro, con el peligro de que se produjeran otros colapsos.
Un default bien planificado sería catártico. La salida del euro sería lo contrario.
Por Hugo Dixon