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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El cisma en el BCE y la seguridad de la inversión

Tras cuatro años de tempestad, niebla en el horizonte. Desde que la financiación desmedida de hipotecas de baja calidad saltó por los aires y provocó la mayor crisis financiera que se recuerda en el verano de 2007, las autoridades políticas y financieras han gastado ingentes cantidades de recursos en recomponer los tejidos dañados y, por mala fortuna, cuatro años después estamos casi en el punto de partida. Si en 2007 y 2008 los gobernantes estaban desconcertados por el tamaño de la tragedia y la envergadura de los recursos públicos a inyectar, hoy lo están porque la pólvora empleada ha servido de poco. La confianza sigue en suspenso, y la división de opiniones no se ha resuelto en instituciones clave como el Banco Central Europeo, lo que añade incertidumbre al escenario. La política de compra activa de deuda de los países periféricos por parte del BCE, en contra del criterio de los consejeros más germánicos, ha provocado precisamente la dimisión de Jürgen Stark, economista jefe de la institución. Tal gesto evidencia el clima de cisma en Fráncfort, pero bien podría haberse resuelto santificando con los hechos el nuevo papel del BCE, bien alejado del modelo Bundesbank que le reserva solo funciones de control de precios.

Sin confianza, nadie presta a nadie en el sistema financiero porque el runrún de nuevas entidades con riesgos serios arrecia; los problemas de la deuda soberana de los países periféricos y los riesgos de impago atenazan también las cuentas de los bancos y como consecuencia, y ante la falta de visibilidad económica, paralizan la concesión de crédito. Además, está cada vez más extendida en la mente de los inversores la idea de que el liderazgo mundial vive sumido en la orfandad, algo que la división en el BCE confirma, y que los políticos tienen poca y menguante capacidad para devolver la seguridad a la economías.

El papel del presidente estadounidense, Barack Obama, está cada vez más cuestionado por la debilidad de sus posiciones en el Congreso, justo cuando la economía norteamericana vuelve a flirtear con el estancamiento, y en Europa Merkel y Sarkozy caminan con poca determinación como para dar una solución a los problemas de endeudamiento y blindar definitivamente al euro. A uno y otro lado del Atlántico, los pasos son lentos y cautelosos, y hasta el vasto programa de gasto público e incentivos fiscales anunciado por Obama está cogido con alfileres y en manos de quienes quieren a toda costa impedir su reelección en 2012. En todo caso, el activismo tradicional de los norteamericanos dará con una solución más pronto que tarde, tal como ya hizo en 2008 y 2009 cuando su sistema financiero se tambaleaba. Otra cuestión es Europa, donde nadie se atreve a asegurar que el euro saldrá a flote ante la lentitud de los líderes europeos. Los grandes tenedores de la devaluada deuda de los países en trance de rescate, los bancos, vuelven a generar dudas, y el fantasma de Lehman Brothers sobrevuela cada día por los parqués europeos. Tanto, que los índices bursátiles han vuelto a los mínimos de 2009, atemorizados también por un nuevo episodio recesivo y la división de las instituciones monetarias. Con este escenario de desconfianza, que en España es más explícito por un deterioro súbito de la actividad y el impasse reformista que impone un proceso electoral muy dilatado, el dinero circula poco y arriesga menos. En una combinación de necesidad de las entidades por captar financiación fuera de los círculos del interbancario y de seguridad por parte de los ahorradores, una nueva oleada de ofertas de depósitos y seguros está en el mercado con tipos entre el 3% y el 5%.

A nivel mundial, el dinero se ha cobijado en las últimas semanas en los refugios tradicionales del oro, los bonos marmóreos de Alemania, EE UU o Suiza, y las divisas más reputadas. Si después del fracaso parcial de las medidas de hace cuatro años, las autoridades políticas y financieras no se conjuran ahora para taponar todas las vías de agua, unificando sus criterios, recapitalizando de forma suficiente el sistema financiero y zanjando la crisis de la deuda en Europa, no volverá la confianza y será inevitable una nueva recesión. El mundo necesita, con más cautela y fiscalización que antes de 2007, confianza para restablecer la seguridad en el movimiento de los recursos, y poder apostar con riesgo razonable en los negocios.

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