Gravar a los ricos tiene sentido
Multimillonarios pidiendo que se les grave más suena como pavos presentándose voluntarios para cumplir con su deber el día de Navidad. Pero eso es lo que unos pocos ricos y famosos capitalistas franceses y ejecutivos hicieron esta semana. Al parecer, emulando a Warren Buffett, dijeron estar dispuestos a pagar un impuesto "excepcional" para ayudar a Francia a salir de sus problemas presupuestarios. Puede que tuviesen alguna idea de lo que se avecinaba: dos días después, el Gobierno francés impuso un recargo del 3% para los mayores ingresos. Pero quizá Francia no sea el único. La mayor parte de los Gobierno occidentales reconoce ahora que gravar a los ricos es un tema que ha vuelto a la agenda, después de tres décadas reverenciando la teoría del chorreo que establece que reducir impuestos a las rentas más altas beneficia a toda la economía.
Es cierto que las llamadas a gravar a los ricos suponen un terreno fértil para el populismo en cualquier parte, y sigue siendo el lema para algunos políticos de izquierda que buscan un fácil rédito electoral. Además, la mayor parte de los Gobiernos han descubierto que gravar a los ricos no cuenta cuando se trata de cuestiones presupuestarias. Su número reducido no lleva a cubrir los agujeros fiscales. Y depende de cómo se defina a un rico: cuanto mayor sea el umbral, menor es el ingreso.
El Gobierno francés ha situado el límite en 500.000 euros al año. El impuesto extra francés contribuirá con menos de un 2% de la ronda de ajuste fiscal de esta semana.
Pero esa no es la cuestión. En el mundo real, el crecimiento en la década antes de la crisis financiera fue sobre todo desigual en occidente. Incrementar esas desigualdades en época de prosperidad tal vez pase más desapercibido, pero es inaceptable en tiempos de recesión.
Los Gobiernos solo pueden aprobar presupuestos austeros, si convencen de que el dolor será compartido por todos. En ese sentido, gravar a los ricos es un ejercicio económico sano y una buena política.
Por Pierre Briançon.