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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sustituir los parches por una regulación común

Como si de una unidad de bomberos se tratase, aunque sin la agilidad que habitualmente demuestra ese cuerpo, cuatro países europeos decidieron el jueves por fin tratar de poner coto a la fiebre especuladora que en las últimas semanas se ha adueñado de los mercados. En un intento de devolver una cierta estabilidad a los parqués y, de paso, seguramente también de proteger, a instancias de París, los muros de la últimamente muy maltratada banca francesa, los supervisores de España, Francia, Italia y Bélgica anunciaron su decisión de restringir temporalmente las ventas a corto sobre valores financieros. La medida, que tendrá una duración de 15 días, ha sido muy bien acogida tanto por Bruselas -que se ha apresurado a recordar la necesidad de diseñar un marco común europeo en esta materia- como por Alemania. No ha ocurrido lo mismo con otros socios europeos. Es el caso de Reino Unido, Holanda y Austria, que consideran la restricción innecesaria.

La decisión adoptada por los reguladores tiene las virtudes de un parche, y por tanto también sus defectos. Entre las primeras destaca la facilidad de su puesta en marcha, muy de agradecer en un momento de volatilidad extrema en los mercados como el actual y sin el lastre que supondría tener que esperar a un acuerdo regulatorio en toda regla. Entre los segundos, el hecho evidente de que los parches son, por naturaleza, provisionales y por tanto no pueden atajar de raíz los problemas. A todo ello hay que sumar la división de opiniones entre los expertos sobre la utilidad -e incluso la conveniencia- de esta prohibición. Mientras hay quien recuerda la eficacia de las ventas a corto como medio para aumentar la transparencia de los mercados y de alentar las inversiones, otras voces apuntan a que la efectividad de la medida exige que sea adoptada de forma indefinida en el tiempo. Tampoco se debería olvidar que en el mercado existen otras formas y mecanismos de especulación.

Como antecedente más inmediato para analizar los efectos de la decisión adoptada el jueves hay que remontarse a 2008, tras la quiebra de Lehman. Entonces ni en Europa ni en Estados Unidos su puesta en práctica produjo el efecto deseado y la medida fue por este motivo fuertemente criticada. Ello parece respaldar la tesis de que, más allá de prohibir temporalmente las ventas a corto, lo que se necesita en estos momentos es avanzar hacia el diseño de una regulación clara, eficaz y, sobre todo, común en esta materia. Las palabras llegadas desde Bruselas sobre la importancia de crear ese marco legal comunitario son un buen signo, siempre que no se queden en otra de esas numerosas declaraciones de intenciones tan rimbombantes como inútiles que en los últimos tiempos parecen haberse acostumbrado a realizar los líderes de la eurozona. Bajo ese enfoque de inevitable escepticismo hay que situar también por el momento el anuncio de que la próxima minicumbre europea de Angela Merkel y Nicolas Sarkozy tendrá por objeto poner en marcha "propuestas fuertes" para fortalecer la gobernanza de la zona euro con el fin de calmar las turbulentas aguas de los mercados. Habrá que esperar al resultado de la misma, prevista para el próximo martes, para saber si esta vez las palabras sí se materializan en hechos contundentes para una eurozona que, conviene no obviarlo, tiene muchos más socios.

Lo cierto es que a estas alturas ni Francia ni Alemania niegan ya que la tormenta de los mercados está alimentada por una profunda crisis de gobernanza en Europa y por una economía que no parece capaz de levantar la cabeza. Los últimos datos al respecto muestran un cuadro desolador. Con una economía francesa estancada en el segundo trimestre del año -ha cerrado ese periodo con sus peores números en dos años- y una Italia que acaba de aprobar un durísimo plan de ajuste de 45.000 millones de euros hasta 2013, es difícil ver en la eurozona algún signo de firme de recuperación. Por si fuera poco, la debilidad económica de los socios comunitarios no se está traduciendo en una caída de precios, lo que coloca la inflación como una nueva amenaza para el ya anémico consumo de los hogares. En ese escenario, las propuestas fuertes que anuncian Merkel y Sarkozy son una necesidad más que urgente para mantener en pie una Europa que, a pesar de la profunda crisis, se resiste a caminar con el mismo paso.

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