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Columna
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¡Es la economía, estúpido!

No hay que culpar a Standard & Poor's de la locura de los mercados. La agencia de calificación se dirigió contra la deuda estadounidense, pero fueron las Bolsas, no los Tesoros, los que se llevaron una paliza el lunes. Esta reacción contraintuitiva, sin embargo, es menos absurda de lo que parece.

El índice S&P 500 cayó más del 6%, con las instituciones financieras recibiendo el golpe más duro. El Bank of America perdía una quinta parte de su valor de mercado en un determinado momento. Puede parecer irracional, especialmente después de la América corporativa dedicara los tres últimos años a reparar sus balances y los bancos a reforzar sus colchones de capital.

El valor de la deuda estadounidense, mientras, se disparó. El rendimiento del Tesoro a diez años cayó a un mínimo del 2,33%, la friolera de 0,23 puntos menos que el nivel ya bajo del viernes. El estatus de refugio para los inversores en pánico sin duda ayudó a la deuda estatal a sacudirse el impacto de la rebaja. Pero la magnitud del hecho, junto con el baño de sangre que vivían las acciones y otros activos de riesgo, indica que algo más está en marcha. Puede ser que el golpe tenga menos que ver con la solvencia de los EE UU que con una dosis de realidad que ha brindado a los inversores sobre el país y su economía.

Los mercados mundiales ya se habían llevado buenos golpes antes de la rebaja. La zona euro y sus problemas, los datos débiles de la economía de EE UU y el fiasco del techo de la deuda pusieron nerviosos a los que antes creían que la política económica de la Reserva Federal erradicaba cualquier posibilidad de una nueva recesión. El mercado de bonos estadounidenses de alto rendimiento ahora eleva las opciones al 30% y subiendo, según Martin Fridson, analista de BNP Paribas.

Esas probabilidades son bastante aterradores. El veredicto de S&P es un crudo recordatorio de que Washington se ha vuelto tan disfuncional que sus legisladores no son capaces de acordar un plan creíble que resuelva los problemas de déficit del país a largo plazo. Lo que convierte una solución fiscal a corto, o cualquier otro plan de estímulo, en una posibilidad aún más remota. Mientras, la Fed, que ya ha jugueteado con políticas experimentales con resultados limitado, no tiene muchas más herramientas en su caja para devolver a la economía a su senda. Todo ello alienta presagios mucho peores tanto para los parqués como para la calle que cualquier cambio de una sola letra.

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