Diferenciando España de Italia
La rápida convergencia en los rendimientos podría ser una señal de historias rápidamente divergentes. Los costes de financiación se han disparado tanto en Italia como en España, consecuencia del manejo desordenado de los problemas de la deuda periférica. Pero Italia está siendo castigada más severamente: los rendimientos de su bono a diez años han llegado a máximos en la era del euro, una rareza en la historia de la unión monetaria.
Culpe a la crisis política en Roma, donde un desacreditado primer ministro, Silvio Berlusconi, y su debilitado ministro de Finanzas, Giulio Tremonti, ya no parecen capaces de conducir el país a través de la cura de reformas y austeridad. España, por el contrario, se movió en la dirección correcta, cuando el presidente Zapatero convocó elecciones anticipadas. El próximo Gobierno tendrá al menos un mandato claro en los difíciles años que tiene por delante.
Aunque ambos países están agrupados en la categoría "demasiado grande para quebrar", sus problemas no podrían ser más diferentes. España tiene una deuda pública baja, un alto déficit presupuestario y bancos en problemas. La deuda italiana se sitúa en el 120% del PIB, su déficit es razonable y la mayoría de sus bancos están expuestos a la deuda soberana.
A largo plazo, ambos países se enfrentan a obstáculos al crecimiento que cuestionan su capacidad para cumplir con sus obligaciones. De ahí la urgencia de las reformas.
El Gobierno español no es popular. El italiano está desacreditado. Tremonti tuvo algo de credibilidad con los inversores hasta hace poco. Pero la falta de apoyo de Berlusconi creó un vacío. Las elecciones parlamentarias no se producirán hasta 2013.
Los rendimientos de los bonos a diez años se han ampliado 130 puntos básicos este año. Si se aplicara este aumento a la deuda total del país, se añadiría casi un 1,6% del PIB anual al déficit. Los costes de financiación de España, por el contrario, subieron poco más de un 0,8%, lo que se traduce en un más manejable 0,6% de recargo de interés anual. No sería sorprendente que los inversores que siguen el rastro de contagio se salten Madrid y se dirijan directamente a Roma.
Por Pierre Briançon