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Columna
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Murdoch, después de la primavera

Reino Unido disfruta de su primavera post-Murdoch. El barón de los medios subyugó a sus políticos durante décadas, en parte por el miedo. Ahora que el escándalo de las escuchas telefónicas en su periódico News of the World ha alcanzado proporciones ensordecedoras, su poder parece frágil.

Rupert Murdoch no es un dictador árabe. Ejerce su poder a través de la pluma en vez de la espada. Pero el mismo principio de la primavera árabe está en cuestión: el poder puede erosionar rápidamente una vez traspasada la frontera del miedo. Incluso se han usado algunas de sus técnicas -Twitter y Facebook- para generar una corriente de oposición popular. Algo que algunas compañías cuyo poder se basa en parte en el temor -Goldman Sachs en sus buenos tiempos- harían bien en recordar.

Murdoch ha tenido una extraordinaria trayectoria en Reino Unido como hacedor de reyes. Respaldó a Margaret Thatcher y fue elegida primera ministra. Cuando cambió su lealtad por los laboristas, Tony Blair se convirtió en primer ministro. Cuando volvió a los conservadores, David Cameron heredó las llaves del número 10 de Downing Street.

Parte de su influencia fue real; parte percepción. Pero en los negocios, esta es sinónimo de realidad. Así que los líderes de los principales partidos buscaron su bendición. Incluso Ed Miliban, líder de la oposición del partido laborista, acudió este mes a su fiesta de verano.

Nadie ha vinculado aún personalmente a Murdoch con alguna infracción. Y su imperio fuera de Reino Unido se mantiene intacto. Pero cada vez se asemeja más a un viejo emperador de 80 años sin ropajes. Atacarle se ha convertido en algo seguro para los políticos, con la atención inmediata centrada en impedir que se haga con la BSkyB. El Gobierno está examinando si el acuerdo propuesto debería ser sometido a una investigación de competencia. Y sería sensato que Murdoch retirara la oferta hasta después de las investigaciones.

Otra cuestión más a largo plazo sería si celebrará una fiesta el año próximo -y, de hacerlo, quién asistirá a ella-.

Por Hugo Dixon

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