Un país de hidalgos y funcionarios
Empecé a pensar en este artículo hace unos días, mientras esperaba la salida de un avión en el aeropuerto internacional de Los Ángeles.
Conecté el iPad y visité distintas páginas de noticias nacionales españolas, entre ellas las de el diario El País. Tengo la costumbre de acabar la lectura de ese periódico con las viñetas, tanto de El Roto, como de Forges. Fue la de este último la que me dejó pensativo y un poco preocupado.
Seguramente, si la hubiera leído en España no me habría dado cuenta. En ella, un empresario gordo, calvo, con traje y gafas negras respondía a las demandas de un empleado en traje de náufrago o preso medieval, con cadena con bola de presidiario atada al pie incluida.
La viñeta venía en relación con los anuncios de reforma laboral de esa semana en concreto. El mensaje que transmitía es claro: en una empresa está el empresario, explotador, viejo, muy de derechas e inactivo (nunca sale trabajando, sino vigilando el trabajo de otros) y luego está el empleado que es un ser patético, explotado, en la pobreza, sin derechos y trabajando.
¿Es bueno asignar una ideología concreta a una profesión?
Todo esto no tendría mayor importancia si no fuera porque Forges es un genio. Poca gente es capaz de vernos, a los españoles, como nos ve él, y por si esto fuera poco, devolvernos esa mirada a diario.
Hemos sido (¿somos?) un país de hidalgos y funcionarios.
Las reformas laborales no se ponen en marcha seriamente, porque la mayoría de los españoles no está de acuerdo con ellas. Y eso lo saben los principales partidos políticos.
La gente quiere un empleo fijo, de por vida, en el mismo sitio, garantizado mediante una compensación económica abultada. La patronal transmite que lo que quiere es un despido libre y gratuito, aunque diga otra cosa, porque todos los vemos, nos ven, como ese empresario de Forges.
Queremos ser funcionarios. ¿Cómo es posible que a la mayoría de un país le atraiga la idea de ser funcionario? Por la seguridad en el empleo. Tenemos tanto paro, que el empleo es un bien en sí mismo.
El arquetipo de éxito laboral con el que se sueña no es el de un empresario de éxito, competente y que gana dinero con su empresa.
El arquetipo de éxito laboral español es vivir sin trabajar. Lo único mejor que ser funcionario es ser hidalgo. Vive bien sin trabajar. Eso es ser listo. Por eso encumbramos al rango de famosos a este tipo de parásitos. Trabajar es una ordinariez.
Curiosamente, vivimos en un país en el que somos muchos los pequeños empresarios. Y muchísima gente la que trabaja en nuestras empresas. Pero no estamos bien vistos.
El pequeño empresario en España va contra la corriente cultural dominante. Arriesga su proyecto, su patrimonio y su tiempo en busca de un beneficio mayor que el que conseguiría siendo empleado. No tenemos paro, ni indemnizaciones por despido. Si la empresa va mal, no hay ninguna compensación. Todo esto es lógico y normal.
Sin embargo la imagen que se proyecta a la sociedad no es la de ese riesgo, ni esas horas extras de trabajo, ni las preocupaciones en las malas épocas. Si una empresa cierra, todo el mundo supone que el empresario, que por definición ya está forrado, está en una situación más favorable que el empleado. Estamos tan mal vistos que hemos cambiado el término, y en vez de empresarios nos llamamos emprendedores. Queda mejor.
Despedimos y contratamos gente por la misma razón: para que la empresa gane más dinero. No hay otro motivo. Nadie contrata para crear empleo, ni nadie despide para destruirlo. Evidentemente es más agradable contratar que despedir, pero son las dos caras de una misma moneda. Contratas a alguien porque piensas que la empresa necesita a esa persona, y le presupones las virtudes que aparenta. Despides cuando la empresa no necesita a esa persona, o no la puede mantener, o las virtudes ofrecidas no son las mismas que las reales.
Todos estos conceptos son muy básicos, pero pesa más en el imaginario colectivo la imagen opuesta. Fomentada en muchos casos por empresarios caraduras que declaman que su fin en la vida es crear empleo. No es verdad. Nadie se hace empresario para crear empleo. En todo caso, se empieza una empresa para crear el propio empleo.
Resumiendo, ¿queremos otra generación más con esa mentalidad? ¿Queremos un país de hidalgos y funcionarios? Llevamos muchos siglos así, pero no parece un buen proyecto.
Necesitamos una legislación laboral y fiscal distinta que la de las grandes empresas. Necesitamos rebajar nuestras estructuras en tiempos de crisis, antes de entrar en pérdidas. Necesitamos flexibilidad, tanto en la contratación como en el despido.
Necesitamos empresarios, no funcionarios, y mucho menos, hidalgos.
Carlos Rosales. Director general de Nostromo