El valor de las expectativas en la economía
Aunque la actividad económica en España registra ya unos cuantos trimestres de crecimiento, el estado de ánimo de los agentes económicos es más propio de una recesión, o al menos de una situación en la que el horizonte económico no está en absoluto despejado. No tendría de otra manera explicación que tras acumular avances en la producción, siga bajo mínimos el consumo y la inversión y que por vez primera en muchos años España registre un saldo migratorio negativo, lo que supone una pérdida de población adulta, y en la que es determinante incluso la salida neta de españoles.
Lógicamente, parece que juega un papel decisivo la persistencia en el ajuste del empleo y la escasa claridad de las expectativas económicas y sociales en este comportamiento desacostumbrado de la demografía en España. Los últimos datos de empleo aún revelan que se destruye ocupación a ritmos algo superiores al 1% anual, y que seguramente la variable no cambiará de tendencia en al menos un año, con la consiguiente contracción de la renta disponible de la gente, doblemente cercenada, puesto que la inflación ceja muy lentamente, como ha ocurrido en junio, y se mantiene en niveles nada acordes con el desempeño de la actividad. Más allá de lo acertado o desacertado de las críticas del Movimiento del 15-M a los mecanismos de representatividad política, el colectivo parece también denunciar una situación económica insegura, inestable, que no aprecia progresos en las posibilidades de los más jóvenes, y que son plenamente coherentes con los datos económicos que han ilustrado los periódicos y la actualidad durante los tres últimos años.
La curiosidad del calendario ha querido que esta misma semana los partidos políticos y el Gobierno hayan analizado el estado de la nación en el Congreso, que no es ni más ni menos que el estado mismo de la economía. Las soluciones al desasosiego y a la falta de expectativas no son fáciles; pero algunas se han pronunciado en la Cámara, tanto aquellas de carácter estructural que ya ha ensayado el Gobierno como otras más coyunturales que a última hora se han plasmado entre las resoluciones del debate. Seguramente las que se han ensayado ya precisan de mayor profundidad y exigen el complemento de otras cuantas de no menos importancia para tener un efecto multiplicador sobre la actividad económica.
Pero desde luego, lo que todas ellas tienen que lograr es cambiar el estado de ánimo de los agentes económicos, tanto particulares como corporativos, generar una expectativa favorable sobre la evolución de la actividad, porque ello amplificará el efecto de cada decisión de consumo e inversión. Recomponer las expectativas es recomponer la confianza, aunque para ello haya que encajar reformas que cuesten sacrificios.