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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El estado de la nación es el estado de la economía

El debate anual sobre el estado de la nación ha pivotado sobre la economía en los últimos cuatro años, porque cuando el presidente Zapatero ganó por segunda vez las elecciones generales, la economía española estaba ya en recesión, aunque los administradores tardasen un año largo en reconocerlo. Por tanto, hablar del estado de la nación es hablar del estado de la economía, porque no hay encuesta sociológica que no detecte que la primera preocupación de los españoles es ahora la economía, la mala situación del empleo sobre todo. Cinco millones de desempleados en las estadísticas supone cinco millones de familias con desasosiego, y centenares de miles más con un temor permanente de perder su empleo, porque no hay síntoma alguno en la economía que permita concluir que el ajuste ha terminado ya. Además, la longevidad de la crisis, seguramente coherente con la longevidad previa de la bonanza y la dimensión del endeudamiento de los agentes económicos, está generando también un escepticismo creciente en los españoles que solo revertirá cuando de manera sostenida aprecien que la variable más social de la actividad, el empleo, ha retornado a valores positivos.

Después de tres años de crisis abierta, la actividad sigue cogida con alfileres, aferrada a las ventas en el exterior que le otorgan unas décimas de avance. De puertas adentro, todavía asustan los datos de comercio minorista, asustan las cifras del crédito concedido por la banca y sus condiciones, y asustan las evoluciones de la inversión en equipo y residencial. Los esfuerzos por el control del gasto de los últimos doce meses, con recortes de partidas de renta personal y subidas de impuestos, están neutralizando los beneficios de las reformas, sobre todo las que tienen que ver con la evolución del empleo.

La médula espinal del discurso del presidente del Gobierno en el que será su último debate sobre el estado de la nación estará fabricada precisamente con la austeridad y las reformas. Culminar las medidas de austeridad para lograr los objetivos de déficit marcados por Bruselas, así como las reformas para que se recomponga el crecimiento, es un paso imprescindible para lograr la estabilidad en las cuentas públicas, pero más imprescindible todavía para generar crecimientos de empleo que alejen pronto el fantasma tenebroso de los cinco millones de parados.

Los planteamientos que oigamos al presidente Zapatero pueden sonar tan impropios de él como propios del líder de la oposición, que siempre ha abogado por la austeridad fiscal y las reformas estructurales, que han constituido la base de la doctrina liberal defendida por los expertos para España. Nos parecerá, por tanto, un partido donde cada cual juega con la camiseta del contrario. Pero no habrá ni asomo de consenso ni siquiera en las formalistas resoluciones que cerrarán el debate. Ese activo político que tanto han demandado los mercados financieros entre Gobierno y oposición en materia de reformas y de sacrificio fiscal, ese mismo mecanismo que ahora se reclama a un país tan al borde del abismo como Grecia, parece que no será tampoco posible ahora. En primer lugar porque la situación carece del dramatismo heleno; pero sobre todo porque la contienda parece haberse trasladado al terreno puramente electoral. Además, el debate será, de facto, la despedida parlamentaria de Zapatero de los grandes pulsos legislativos, mientras agota su mandato tratando de llevar a cabo el tramo final de las ansiadas reformas.

Servirá el debate, eso sí, para ensayar las propuestas sobre las que la ciudadanía tendrá que decidir dentro de unos meses, marzo como tarde. Los dos grandes partidos deben aclarar bien qué políticas aplicarán para recuperar el crédito y garantizar la financiación de España, tanto de su deuda pública como privada, así como qué medidas defenderán para devolver el crecimiento de la actividad y del empleo, porque la escalera de dolor iniciada hace casi cuatro años no admite más peldaños. El PP, que cuenta con un indiscutible favor electoral, no tendrá otro remedio que desvelar alguna de sus cartas, y no quedarse, como se ha quedado en las comunidades que gobierna, solo con medidas populares. Para formar criterio, se precisa conocerlo todo, como todo se precisa saber del PSOE, que busca una alternativa a sí mismo que le garantice dignidad de oferta y de resultados en las generales.

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