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Comprender a Alemania

Crisis de los pepinos aparte, Alemania es un país que conviene entender. Y desde hace meses, cualquier foro organizado en Bruselas, y me imagino que en muchas otras localidades europeas, acaba planteándose cual debe ser el papel de Berlín en la Europa del siglo XXI.

La conclusión, unas veces, es que el antiguo motor económico de la Unión Europea se ha convertido en un problema para el resto del club. Otras, que el dominio de Berlín será saludable porque impondrá rigor fiscal y competitividad.

El denominador común, sin embargo, parece ser la incomprensión generalizada sobre la realidad de un país cuya cultura e idioma resultan ajenos a muchos europeos a pesar de su centralidad geográfica e histórica (hay excepciones, por supuesto, y entre los comentaristas de este blog, Carlos Paredes o eumanismo demuestran conocer bastante bien la tierra de Günter Grass).

Más allá de los aciertos, y sobre todo errores, de la canciller Angela Merkel durante la crisis, lo cierto es que los alemanes tienen derecho a defender su visión de Europa, un privilegio que hasta ahora parecía solo reservado a los franceses. Y a quejarse de su contribución al presupuesto comunitario tanto como lo hacen otros países cuando se les recortan las ayudas que reciben.

Europa deberá acostumbrarse a convivir con una generación de alemanes que ha pasado la página de su trágica historia. "Tengo una hija de 19 años y para ella la segunda guerra mundial no es solamente el pasado, sino otro siglo, incluso otro milenio", señala el director de cine Volker Schlöndorff, en una cita recogida en un reciente número de Maníère de Voir (bimestral de Le Monde Diplomatique, en la imagen de arriba) dedicado integramente a intentar explicar Alemania.

Quizá la salida de la crisis de la zona euro requiera, entre otras cosas, profundizar en el conocimiento sobre un país al que los medios de comunicación dedican habitualmente mucha menos atención que a cualquier anécdota en Londres, París o Roma. Y del que a menudo se olvidan las cifras más dolorosas, como la creciente precariedad en el empleo, la brecha entre regiones (cinco lander tienen un PIB per cápita similar al de Valonia en Bélgica, citada a menudo como uno de los agujeros negros de Europa) o la bomba de relojería demográfica.

Sobre mi mesa ya reposan, de momento, Breve historia de Alemania, de Hagen Schulze (Alianza Editorial) y Germany 1871-1945, a concise history, de Raffael Scheck (Berg). Un pequeño esfuerzo para intentar comprender a un gran país.

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