Una presidencia saldada
El PP ha arrasado prácticamente por igual en toda España. El PSOE se hunde con estrépito, y los nacionalistas respiran aliviados en País Vasco y Cataluña. Hasta ahí, la mera descripción de unos resultados suficientemente conocidos. Debemos felicitar al PP y desearle mucha suerte y éxito en su gestión. Pero ¿qué ocurrirá a partir de ahora? Más allá del esfuerzo que será preciso en la gestión local, las dos dinámicas más trascendentes para el futuro de nuestros pueblos y ciudades superan el limitado poder del bastón municipal.
En primer lugar, hemos celebrado una intensa campaña electoral en la que se ha hablado de todo menos de ayuntamientos y autonomías. A nadie parecía interesarle, sumergidos en el fragor de la lucha maniquea entre PP y PSOE. No nos contaron qué piensan hacer con unas instituciones en quiebra que amenazan con caerse en pedazos de forma inminente. El PP dirige a partir de ahora unos ayuntamientos de arcas vacías y muchas bocas que mantener, sin una mínima esperanza de financiación adicional. El PSOE no le proporcionará el apoyo que el PP le negó durante los años más duros para nuestra economía.
Un simple cambio de siglas y caras no solucionará el gravísimo problema sistémico que padecemos. El sistema municipal y autonómico está en quiebra, y los partidos miran hacia otro lado. Los mercados ya saben que tenemos escondida basura bajo la alfombra, y castigarán la deuda municipal y autonómica oculta en las cuentas públicas. Hemos modificado lo superficial, cuestión de colores y rostros, para dejar indemne el cáncer sustancial. Gastamos mucho más de lo que somos capaces de ingresar, y no inspiramos suficiente confianza como para que alguien venga a prestarnos el dinero que precisamos para nóminas y luz el mes que viene. Seremos testigos de las convulsiones epigonales de un modelo que se cae con estrépito entre los fuegos artificiales de unas elecciones vacías y superficiales. Precisamos de un gran pacto de Estado que redefina solapes, redundancias, ineficacias, costos y financiación.
¿Tenemos unas fuerzas políticas con suficiente altura de miras y generosidad como para abordar este proceso? Desgraciadamente, no. Será necesario que rondemos el colapso para que algo comience a moverse. Y, entonces, quizás, será demasiado tarde. Si nadie ha hablado de ayuntamientos y autonomías, y en verdad se ha votado como si de unas pseudogenerales se tratara, creo que sería lógico que analizáramos también los resultados desde esta perspectiva.
El Gobierno nacional ha recibido un severo castigo que lo debilita tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, abonando la crónica desconfianza que nuestra economía padece. Lo lógico sería adelantar las generales para después del verano. Zapatero no tiene energía ni crédito político suficiente como para acometer las importantes reformas que nuestra economía precisa de forma urgente. La prima de riesgo seguirá subiendo en la parálisis que siempre suponen las prórrogas y los tiempos muertos. Zapatero ya ha hecho todo lo que tenía que hacer, y ahora debe dejar paso a unas elecciones que permitan que un nuevo Gobierno acometa la hercúlea tarea que tienen por delante. Este adelanto de elecciones sería bueno para España, y, quién sabe, si también para un PSOE que está condenado, de continuar, a enfrentarse cotidianamente con el dilema de abordar reformas profundas que salvan nuestro crédito, pero irritan a su electorado, o agradar a sus electores, pero terminan de hundir el país.
A la tesis de adelanto electoral también se une la propia dinámica suscitada por las anunciadas primarias socialistas. Una vez que tenga elegida la cara para el cartel, se generará, inevitablemente, una bicefalia cuanto menos incómoda y de seguro paralizante. Lo que sea bueno o preciso para el presidente del Gobierno puede incomodar o perjudicar abiertamente al candidato. Los poderes internos del partido se galvanizarán -es ley de vida- en torno al candidato, pues representa el futuro. Zapatero, como presidente de Gobierno, evocará un pasado fracasado que tratarán de ocultar, tal y como ya hemos entrevisto en estas pasadas elecciones. La triste figura de La Moncloa quedaría huérfana de apoyo interno en caso de querer abordar reformas dolorosas.
No tiene sentido ni para los españoles ni para los socialistas alargar la agonía de una legislatura malhadada. A nivel táctico, solo los nacionalistas -que puede que tampoco les interese adelantar las generales- pueden hacer de muleta de este Gobierno renqueante. Y ya sabemos lo que el apoyo nacionalista significa: pasar por taquilla y pagar. ¿Estamos para ello? ¿Cómo reaccionarán los votantes?
Todo aconseja la rápida celebración de elecciones generales. Un nuevo Gobierno, con la autoridad de las urnas, debe acometer reformas profundas de inmediato que devuelvan la confianza que tan esquiva nos resulta. Si se celebran en septiembre, aún podría presentar su propio proyecto presupuestario. Ojalá sea así. Nada bueno nos traerá el que Zapatero se enroque en una presidencia amortizada.
Manuel Pimentel