Un aniversario europeo con poco que celebrar
La Unión Europea ha visto ensombrecida, un año más, la oportunidad de celebrar en condiciones óptimas el aniversario del 9 de mayo de 1950, día en que el democristiano Robert Schuman -ministro de Asuntos Exteriores francés- pronunció en París el discurso que sentó las bases de lo que hoy es la Unión Europea. Si el año pasado el aniversario de la declaración fundacional coincidió, de forma dolorosamente paradójica, con la puesta en marcha del fondo de rescate para la zona euro, ayer los festejos volvieron a verse oscurecidos por las nuevas dificultades económicas y políticas que la UE atraviesa en estos momentos.
Un año después del acuerdo sobre el fondo de rescate, las circunstancias no parecen haber cambiado mucho. La reunión urgente del pasado viernes entre los líderes europeos para analizar la difícil situación de Grecia y las especulaciones y rumores sobre la reestructuración de su deuda y una hipotética salida del país de la zona euro han vuelto a poner sobre la mesa la crisis de deuda soberana europea. Si el año pasado fue Grecia el país cuyas dificultades desataron el vendaval financiero, al evidenciar frente a los mercados que la zona euro no era un bloque tan uniforme y sólido como parecía, hoy la recaída del país heleno demuestra que la crisis de deuda no está, ni mucho menos, terminada. Prueba de ello es el efecto contagio que los Estados periféricos volvieron a sufrir en la jornada de ayer; efecto que en el caso de España se tradujo en una prima de riesgo disparada por encima de los 220 puntos y en un severo castigo en el Ibex, que cedió un 2,02% al cierre. La decisión de S&P de rebajar dos escalones la calificación de la deuda griega ejerció de guinda en una jornada tormentosa y poco, muy poco propicia para celebraciones institucionales.
Ante la evidencia de que el plan de ajuste fiscal y presupuestario ha fracasado en Grecia, los ministros de Economía se sentarán la próxima semana a negociar si prolongan las ayudas a Atenas a cambio de un nuevo plan o empiezan ya a hablar de quitas. Ello ha recrudecido las tensiones en el seno de la propia UE. Desde algunos países se alzan voces que piden poner fin a la sangría financiera que implican los rescates. Y enfrente se encuentran quienes alertan sobre las devastadoras consecuencias que tendría una reestructuración de la deuda griega, y no digamos la salida del país de la zona euro. La mayor parte de los analistas, sin embargo, admite que Atenas no puede soportar sobre sus espaldas la pesada carga de los números rojos -se prevé que la deuda griega alcance el 159% del PIB en 2012- y Europa debería prepararse, con más solidaridad, a mitigar los efectos de una quita que cada día parece más imposible evitar.
Ante un escenario como este, Europa cuenta ya con instrumentos de actuación, como el fondo de rescate. También parece demostrada la voluntad política de no permitir que las dudas sobre la solvencia de un país puedan dinamitar la unidad monetaria europea. Pero cada día que pasa resulta más evidente que en Europa es necesario un mayor compromiso para profundizar en una verdadera integración -no solo política o comercial, sino también económica- y para llevar a cabo los sacrificios de todos los miembros que ello exige.
El 61 aniversario de la declaración Schuman ha coincidido también con la creciente crisis política que se vive en el seno de la Unión, provocada en buena parte por la lenta reacción de Bruselas ante las revueltas que se están desarrollando en el norte de África y ante la presión migratoria. Una crisis que se ha escenificado en un aumento de tensiones entre Italia y Francia y ante la cual la respuesta europea se circunscribe por el momento a un propuesta de modificación del Acuerdo de Schengen con el objetivo de recuperar los controles fronterizos. Esa propuesta y los rumores, por infundados que sean, sobre una posible salida de Atenas de la zona euro ponen en cuestión los dos grandes símbolos que escenifican la unidad europea ante la opinión pública comunitaria: la moneda única y la libre circulación de las personas. Dos conquistas que Europa debe proteger si de verdad quiere rendir homenaje al espíritu de Robert Schuman en los años venideros.