Seve, el golf y la vida
Los ha habido más ganadores, pero ninguno cambió la suerte de su disciplina para siempre. Ballesteros fue capaz de convertir un entretenimiento de señoritos en un fenómeno mayoritario.
Hace ocho años tuve el privilegio de entrevistar al deportista español más importante de todos los tiempos: Severiano Ballesteros. Hubo otros pioneros igualmente meritorios, como Santana o Bahamontes, pero no llegaron a tener una colección de títulos comparable. También los ha habido aún más ganadores, como Induráin o el mismo Nadal, pero no han cambiado la suerte de su disciplina para siempre. Seve lo hizo, llevando un entretenimiento de señoritos a convertirse en un fenómeno mayoritario. Un deporte, el golf, donde también los ha habido más grandes, como Tiger Woods, aunque a Seve nadie lo programó desde pequeñito para ser una figura. Se inventó él mismo.
En aquella conversación trasladé al mito lo que se preguntaba su legión de admiradores, que veían con tristeza cómo fallaba un corte tras otro, lastrado por una espalda que no daba más de sí: "¿Por qué sigues jugando?". Respondió con la sencillez y contundencia que siempre le caracterizó: "Juego al golf porque no sé hacer otra cosa. El golf es mi vida".
El tiempo demostró que no se trataba de una frase hecha, destinada a la galería. El maestro de Pedreña era rotundamente sincero. Siguió jugando, perdiendo cortes, cuatro años más, hasta despedirse de su deporte en 2007 en Escocia, donde había abierto su leyenda casi tres décadas antes. Quizá fuera cierto que no sabía hacer muchas más cosas, que no estaba hecho más que para inventar maneras extraordinarias de dirigir una pequeña bola entre prados, arenas, árboles o charcos hacia un casi igual de pequeño agujerito. Pero sí sabía de la vida, quería a los suyos y a la tierra que le vió nacer y morir. No es poco.
Lo que sucedió, después de que dejase el golf -lo que él llamaba su vida-, es que esta lo dejó a él. Recibió un mensaje inapelable solo un año más tarde, en 2008, en forma de un tumor cerebral que habría acabado de inmediato con cualquiera sin ese carácter prodigioso. Esta virtud le sirvió para disputarle a la muerte todavía tres hoyos más, pero hasta los más grandes pierden algún desempate. Se le acabó el golf; se le acabó la vida.