Fukushima... 25 años después
El accidente de Japón ha sido diferente del de Chernóbil, pero no sus consecuencias.
La próxima semana, el 26 de abril, se cumplirán 25 años del grave accidente de la central ucraniana de Chernóbil. Y, paradójicamente, se va a conmemorar con los rescoldos radiactivos de otro desastre atómico, el del complejo de Fukushima I, en el noreste de Japón, que la Agencia de Seguridad Nuclear del país ha calificado de máxima gravedad: el nivel siete que se otorgó en su día al de la planta de la antigua república soviética.
Estos hechos desmontan la teoría estadística de que catástrofes como estas solo pueden suceder cada 200 años: en apenas medio siglo de generación nuclear ya se han producido dos accidentes de este tipo y otros muchos de distinta gravedad. De nada sirven las aclaraciones, correctas por otra parte, de que uno y otro accidente difieren en sus causas y circunstancias, ya que las consecuencias radiactivas han resultado similares en los dos casos.
Efectivamente, como han recordado, entre otros, el Foro Nuclear español, la central de Chernóbil estaba a pleno rendimiento cuando se produjo la explosión, mientras que los reactores de Fukushima llevaban parados casi una hora (el tiempo que transcurrió entre el terremoto y el tsunami) cuando la falta de fluido eléctrico comenzó a calentar progresivamente dos de los seis reactores, que han terminado fundiéndose parcialmente.
Aun con todo, el accidente de Fukushima tiene en su contra otros hechos: ha afectado, en mayor o menor medida, a media docena de reactores, frente a uno solo en Chernóbil; se encuentran en un país de enorme densidad de población, frente a la menos poblada de Ucrania-Bielorrusia, y, además, la frecuencia sísmica en Japón amenaza con seguir dañando las estructuras deterioradas de los reactores de Fukushima.
Y, aunque la gestión de uno y otro accidente no son comparables (en Chernóbil se ocultó durante varios días hasta que fue descubierto vía satélite), también en el de Japón se han sucedido una cadena de errores por parte del Gobierno nipón, que pretende focalizar las críticas en la propietaria del complejo nuclear, Tepco.
Los intentos iniciales de los técnicos de esta eléctrica por salvar los reactores, dado el empeño en demostrar que Fukushima no era Chernóbil, y la demora en reclamar la ayuda de expertos de Estados Unidos y Francia han agravado la situación.
La tensión informativa fue mayor si cabe durante el desastre de Chernóbil, el primero de enorme gravedad de la historia y porque la radiactividad liberada se extendió por todo el continente europeo. Y, como ha ocurrido en cada catástrofe nuclear de envergadura, en los dos casos habrá un antes y un después. La de Fukushima pondrá de nuevo en cuarentena los incipientes planes de resucitar las inversiones nucleares por parte de algunos Estados, no así de la iniciativa privada, que está enrocada en su temor a que los enormes costes de estas inversiones y su larga amortización la arrastre.
De momento, el Gobierno japonés, acosado por las presiones de la población que ha sido evacuada de la zona, ha exigido un plan de actuación a Tepco, que esta ha elaborado con poca fe. Más bien se ha limitado a explicar lo que se debería hacer, pero sin compromiso alguno.
La compañía confía en rebajar en tres meses los índices de radiactividad para poder empezar a reparar los edificios dañados de los reactores y lograr, antes de medio año, que se enfríen los reactores. Posteriormente, comenzarían las tareas para su desmantelamiento y el almacenamiento de las barras de combustible gastado.
Un plan en el que pocos creen, ya que el nivel de radiactividad en los grupos 1 y 3 detectados por los robots que la están midiendo por control remoto impide que los operarios puedan trabajar en ellos durante más de cuatro horas en un año.
Las tareas hasta su total desmantelamiento se prevén para largo, con el peligro añadido de que se produzcan terremotos de cierta intensidad. Aunque es de esperar que no tantos años como los que lleva esperando la construcción del sarcófago de Chernóbil. El que se instaló provisionalmente por una década caducó hace más de cinco años. La desintegración de la Unión Soviética, y la falta de fondos de Ucrania para abordar el proyecto, va a requerir de la ayuda financiera internacional.
En el caso de Chernóbil las indemnizaciones prácticamente brillaron por su ausencia, en el de Fukushima solo se podrá pagar una parte mínima de los daños. No hay que olvidar que las aseguradoras no cubren riesgos por accidentes nucleares y son los Estados los responsables subsidiarios.
Ayuda oficial
A la vista de la situación, la nacionalización de Tepco va a resultar inevitable. El Gobierno japonés le adelantó 25.000 millones de dólares para afrontar los primeros pagos y se encuentra con los mercados de bonos corporativos cerrados.
Además, Tepco tiene otras centrales nucleares paradas y está comprando electricidad a otras competidoras, que también tienen dificultad de suministro. La única opción para sustituir la producción perdida en Fukushima (5.000 MW) es la construcción urgente de centrales de ciclo combinado.
Pero estas inversiones solo podrá afrontarlas el Gobierno, que también tendrá que asumir el coste de los daños sufridos por los habitantes de la zona.
Una situación que pone en entredicho, una vez más, la teoría de que el kilovatio nuclear es muy barato.