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Islandia, Irlanda... ¿Luxemburgo?

"¿Cual es la diferencia entre Islandia (Iceland, en inglés) e Irlanda (Ireland)?", se bromeaba en la city londinense cuando se desplomó el sector financiero en el país de Bjork. "Una erre y seis meses". El plazo fue un poco mayor, pero la siniestra premonición se cumplíó. Y ahora cabe preguntarse cual es el peligroso punto en común entre las dos islas hundidas y el Gran Ducado de Luxemburgo.

La coincidencia, por supuesto, estriba en un descomunal sector financiero, equivalente en activos al irlandés, pero en un país de poco más de 400.000 habitantes, es decir, la décima parte que Irlanda.

Luxemburgo, como las islas caídas, aprovechó la liberalización del sector financiero a partir de la década de 1980 para atraer a bancos, aseguradoras y fondos de inversiones a base de reducir los impuestos. El Gran Ducado contaba además con un férreo secreto bancario que siempre viene bien para cierto tipo de negocios o fortunas.

La receta funcionó. Y el diminuto país cuenta ahora con más de 150 bancos internacionales y 57 compañías aseguradoras. En cuanto a fondos de inversión, solo le gana Nueva York, con algo más de población.

El único problema para el Ducado de Jean-Claude Juncker es la dependencia, como en todas las adicciones. El sector financiero aporta entre el 20% y el 30% de los ingresos fiscales de Luxemburgo. Y el 11% de su empleo. Un tropiezo en el sector financiero luxemburgués, por pequeño que fuera, podría ser devastador.

Hasta ahora, la tragedia siempre ha pasado de respajilón. El desplome de las entidades transfronterizas del Benelux, como Fortis, pasó factura. Y la crisis de Islandia sigue viva por la presencia en Luxemburgo de los restos de Kaupthing, uno de los bancos internacionales islandeses que dejó en la estacada a miles de ahorradores europeos y creó un conflicto diplomático entre Reykiavik y varias capitales europeas.

Pero Luxemburgo sigue a flote. Y siempre se podrá señalar la diferencia entre la estructura de su sector financiero con la del irlandés o el islandés. Aún así, los contribuyentes luxemburgueses deberían recordar el chiste londinense porque las crisis, como el amor en la canción de Sugarcubes, golpean cuando menos te lo esperas y "se suponía que no iba a ocurrir".

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