La patata caliente del Banco de España
La ruptura del Banco Base ha puesto al Banco de España en aprietos. El derrumbe de la fusión de cuatro cajas ha despertado las dudas sobre las limitaciones de la estrategia española de combinar a entidades sanas y débiles. El banco central seguramente no tendrá más remedio que nacionalizar la caja más débil, Caja del Mediterráneo (CAM).
Las alarmas saltaron a principios de esta semana, cuando el Banco Base anunció que estaba buscando 2.800 millones de euros de dinero público, el doble de la cantidad que el Banco de España había dicho que la caja necesitaría para aumentar su capital base del 1 al 10%.
Según personas cercanas a Cajastur, otro de los bancos que participan en la fusión, había un agujero más grande de lo esperado en las cuentas de la CAM, incluyendo las posibles -y duras- sanciones por cambios en las cláusulas de control de contratos con una aseguradora. Los fondos adicionales eran necesarios para garantizar que la fusión pasaría el test de estrés del Banco Central Europeo. Pero los criterios del test de estrés no se saben aún, y la CAM afirma que sus socios conocían sus números desde hacía meses. El Banco de España también, presuntamente.
La fusión resultaba incómoda desde el principio, con luchas de poder. Quizás cuando se evidenció la posibilidad de que el Estado podría convertirse en accionista del banco, decidieron no seguir adelante.
El fracaso del Banco Base no debería afectar a las otras 16 fusiones de cajas de ahorros españolas, todas ellas completadas. Pero el Banco de España se queda con la patata caliente: la CAM. La entidad de crédito no supone un riesgo sistémico por su tamaño, pero necesita una solución. La nacionalización parece inevitable, aunque aún no está claro el porcentaje de la participación del Estado. Dependiendo de la valoración de la CAM y la situación de su balance, el Estado probablemente terminará con una participación de control. En ese caso, el Banco de España debe sanear la gestión y reestructurar sin piedad la caja antes de devolvérsela al sector privado. De no ser así, podría socavar sus esfuerzos por sanear el sistema financiero.
Fiona Maharg-Bravo