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Tribuna
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El globo negro, una vez más

Otra vez la cuestión energética aparece en el centro del debate y del análisis como un elemento más que complica el panorama económico y social de nuestro país. La escalada de precios en el oro negro pone de manifiesto, una vez más, los escasos resortes que tiene nuestra economía para proveernos de una alternativa que no sea la de darnos un empujoncito más hacia el precipicio de pobreza.

Las cuestiones energéticas son muy complicadas de abordar e incluso entender. El mercado del petróleo, como el de otros combustibles fósiles, está gobernado por quienes poseen sus reservas explotables. Además, el sector está poco diversificado, las empresas que operan no son muchas y es fácil llegar a acuerdos y pactos a la hora de controlar y fijar cuotas y precios.

Ante esta situación, debemos ser conscientes de nuestras limitaciones y gestionar bien nuestras oportunidades.

Los datos no ofrecen dudas. La subida del petróleo subirá la inflación en nuestra economía reduciendo el poder adquisitivo y aumentando los costes en una espiral que terminará por afectar al crecimiento real de ésta, despertando el temido dragón de la estanflación del que últimamente se ha oído hablar.

Los resultados del cóctel de paro, inflación y bajas tasas de crecimiento ya son conocidos por todos. A ello debemos sumar la contradicción de un Estado que se debate entre la acuciante necesidad de financiación -no olvidemos que recauda por este concepto una cuantiosa cifra- y la garantía de precios razonables que ofrezcan algún indicio de recuperación económica sostenible.

Y es que la subida de los precios de la energía en general, y del petróleo en particular, afectan de manera grave al escenario macroeconómico de nuestro país, dejando poco margen al maquillaje político que podamos hacer de nuestra maltrecha economía ante nuestros socios comunitarios y también ante los propios ciudadanos.

El petróleo es esencial para el funcionamiento de la economía, no solo porque afecta al funcionamiento de todos los sectores productivos, que ven como sus costes se incrementan en un escenario en el que los ingresos se ajustan como consecuencia de la crisis, sino porque también -en claro paralelismo- como españoles de "a pie" vemos cómo nuestros bolsillos se adelgazan paulatinamente a merced de lo que se decida en un país que muchos no sabrían localizar en un mapa.

La geopolítica energética nunca ha formado parte de nuestras prioridades. Se habla de economía del bienestar, se habla de recuperación económica, se habla de fusiones bancarias, se habla de Ley antitabaco, de muchas cosas, pero todo el mundo olvida que para que la sociedad de bienestar exista, las empresas produzcan y los ciudadanos consumamos más, es indispensable que tengamos una garantía de suministro y abastecimiento energético estables a medio y largo plazo.

Ante la sorpresa impredecible de los acontecimientos internacionales que han terminado provocando situaciones como ésta, nuestros políticos no saben cómo reaccionar y la improvisación se extiende como un cáncer con metástasis irreversible. Para salir del paso argumentamos unas veces que el carbón nacional nos puede sacar del atolladero, aunque eso nos cueste aún un porcentaje mayor en la factura de la luz a todos los españoles; en otras se aboga por un compromiso con el medioambiente y apoyamos sin fisuras unas energías renovables a las que también subvencionamos y, en otras, aprobamos normas que permiten la continuidad de las nucleares o nos plegamos ante las provocaciones y antojos de quienes tienen la llave de la espita del gas natural que alimenta nuestra economía.

Nadie puede predecir qué sucederá mañana ni si esta escalada internacional tendrá o no freno pero, sea como sea, es necesario hacer de la energía, de una vez por todas, una cuestión nacional.

Nuria G. Rabanal. Decana del Colegio de Economistas de León

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