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Tribuna
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¿Quo vadis, Mediterráneo?

A pocos kilómetros del infierno de Trípoli se encuentran las históricas ruinas de Leptis Magna, una de las ciudades más dinámicas de la antigüedad y centro económico del Imperio Romano en la ribera sur del Mediterráneo. En aquellos tiempos, el Mare Nostrum actuaba como un vibrante espacio económico integrado y motor de la incipiente economía global, con permiso de China, el otro gran polo industrial y comercial de la época. Hoy día, asistimos a una preocupante proliferación de la inestabilidad política en la zona, que coarta las aspiraciones del Mediterráneo de recuperar su rol perdido, mientras China mantiene su carrera hacia la cima de la economía mundial.

Los acontecimientos de estos días en el norte de África ponen en entredicho la política euromediterránea, lanzada más de una década atrás en la Cumbre de Barcelona y que, hasta la fecha, apostaba por sacrificar legitimidad a cambio de estabilidad y comercio antes que democracia, con la esperanza de que el progreso trajera ambas novedades a la ribera sur. Los múltiples acuerdos comerciales de Europa con los países del Mediterráneo no han hecho más que perpetuar a las oligarquías imperantes y han penetrado poco en la sociedad y el territorio. Además, en muchos casos, los acuerdos se han quedado cortos para favorecer de verdad a la industria árabe. Los clusters textiles de Túnez o Marruecos, por ejemplo, lastrados por estrictas reglas de origen, costes de producción elevados y una exigua preferencia arancelaria, perdieron terreno ante el empuje de China desde su entrada en la OMC (Organización Mundial del Comercio) en 2001. La ausencia de un auténtico mercado regional, con un comercio intrarregional de tan solo un 3% en el Magreb, ha frenado las inversiones y minado la competitividad de sus empresas.

La estrategia americana en el mundo árabe atraviesa también un momento delicado, una vez constatado que los ingenios californianos como Facebook o Google han sido más efectivos que las bombas de Bush y los discursos de Obama. El comercio árabe con el exterior, auspiciado desde Washington y basado en el principio de petróleo por alimentos ha estallado en mil pedazos, al constatarse que los beneficios de la exportación -petróleo o gas- afectan solo a unos pocos, mientras que los costes de las importaciones -cereales o arroz- recaen en el conjunto de la población. No debemos olvidar que en el trasfondo de las crisis tunecina y egipcia emerge el problema global de la escalada en los precios de los alimentos, mantenida a raya hasta hace muy poco con generosos subsidios públicos, ahora insostenibles.

En la mayoría de los países del Golfo Pérsico, con la excepción de Bahréin y su particular componente chií, los gobernantes mantienen la estabilidad mediante cuantiosas subvenciones a sus nacionales y una decidida política de diversificación económica con los ingresos del petróleo, que está creando ya sectores nuevos e incipientes de actividad como las energías renovables en Abu Dabi, la química en Arabia Saudita o las finanzas en Dubái. Ahora, la inestabilidad general en la región amenaza con socavar estos esfuerzos, así como el importante flujo de capitales desde el Golfo hacia los países de Magreb y Mashrek, cifrado en más de 30.000 millones de dólares en el último lustro.

Con el Proceso de Barcelona ya resquebrajado por el fracaso de la Unión por el Mediterráneo, la región afronta uno de los mayores retos de los últimos tiempos, desde el punto de vista político, económico y humano. Como en tantas otras ocasiones, también habrá quiénes se beneficien, tal vez incluso España, de la búsqueda de mercados estables para los acaudalados fondos del Golfo o bien de ubicaciones logísticas estratégicas y seguras en la ruta Asia-Europa a través del Mediterráneo. Al igual que tres mil años atrás en Leptis Magna, el mar continua siendo escenario de la historia y, como antaño, Europa deberá extender su mano a los vecinos del sur, sin dejar de preguntarse qué ha fallado en todos estos años.

Jacinto Soler-Matutes. Socio director de Emergia Partners y profesor de la Universidad Pompeu Fabra (UPF)

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