Motor a revoluciones insuficientes
El fuerte incremento del número de parados registrado en enero en las oficinas de los servicios públicos de empleo deslució ayer la foto de la firma del Acuerdo Social y Económico (ASE). Los agentes sociales, y sobre todo el Gobierno, tuvieron que digerir 131.000 nuevos parados y, lo que es más alarmante, la destrucción de 223.000 empleos según denota el registro de afiliados a la Seguridad Social. Enero es un mes malo para el empleo -incluso se destruye en años de bonanza-, dado que muchos trabajos de la temporada navideña desaparecen. Sin embargo, las datos conocidos ayer superan las peores previsiones de los expertos, que confiaban en que el número de parados de este año rebajaría el de enero de un año antes. Así, 2011 arranca rompiendo la mejora que se venía observando en los últimos meses del pasado ejercicio, con una esperanzadora reducción en los ritmos de destrucción de empleo. No se puede concluir por la evolución de un solo mes que esta tendencia se haya roto y que, por tanto, se incumplirá la promesa del Gobierno de terminar el año con una creación neta de empleo condensada en el segundo semestre. Pero tampoco se puede despachar el registro de enero alegando que se trata de un comportamiento meramente coyuntural. Es más, los indicios ponen en cuestión de nuevo las previsiones del Ejecutivo.
Más de cuatro millones de parados son demasiados para confiar en que las cosas irán mejorando por sí solas. El Acuerdo Social y Económico escenificado ayer en La Moncloa no es ninguna garantía de que así sea, por muchos parabienes que lanzaran ayer sus firmantes. Hay que reconocer, sin embargo, la virtud de un pacto que garantiza la paz social, imprescindible para implantar con éxito reformas que implican recortes sociales. Sin embargo, se ha magnificado un acuerdo que escasea de fundamento. En realidad, se trata de un mero envoltorio de la reforma de pensiones que el Gobierno tenía el compromiso de sacar adelante. El resto es un compendio de compromisos imprecisos sin medidas palpables.
Los millones de parados, que representan la cara más dura de la crisis, necesitan algo más tangible. Por eso, es más decepcionante la parte del acuerdo dedicada a las políticas activas de empleo. A estas alturas de la crisis no basta con "desarrollar" un modelo de atención personalizada, algo que tendría que funcionar hace años en los servicios públicos de empleo. En el acuerdo debería haberse establecido cómo va a ser ese nuevo modelo, cuánto va a costar y cuánto personal se requiere para llevarlo a cabo. Por toda respuesta, se limita a pedir una mayor coordinación entre el Gobierno central (encargado de pagar el desempleo) y las comunidades autónomas (gestoras de esas mismas políticas activas que pretenden mejorarse). Lo cierto es que el acuerdo va camino de convertirse en papel mojado sin la anuencia de las consejerías regionales de Empleo y eso, al menos de momento, no está garantizado. Además, todo acuerdo que pretenda elevarse a la categoría de pacto social debe ir más allá de la materia laboral. El capítulo dedicado a industria, energía e innovación no pasa de ser un relleno huero, carente de credibilidad. Una política industrial seria precisa de impulsos financieros, fiscales, presupuestarios y administrativos, algo que ni siquiera se menciona. Una vez más, cuando el Gobierno no quiere o no puede aprobar medidas se limita a abrir mesas de negociación. Y el momento no está para recaer en pantomimas.
Enero ha sido un mal mes para los parados, que difícilmente encontrarán empleo si la actividad económica no remonta. Y para que esto suceda son necesarias reformas que liberalicen los mercados, contribuyan a reducir los costes -incluidos los energéticos-, aumenten la productividad de los diversos factores, mejoren una Administración ineficiente y despilfarradora que dificulta la vida de las empresas y, en fin, que mejoren la anémica competitividad. De momento solo se ha avanzado en la reconversión financiera y la reforma laboral, y ambas están a medias. Lamentablemente para los más de cuatro millones de parados, y para la reactivación de la economía, el motor de las reformas sigue a escasas revoluciones.