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Columna
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¿Son los pobres los causantes de la crisis?

Sumidos en la crisis, va para tres años. Víctimas del fraude se diría que obedecemos al principio enunciado por Milan Kundera, según el cual la víctima busca incansable su culpa. Quienes nos llevaron al desastre, alistados en el fundamentalismo liberal de la desregulación, clamaron enseguida para que el Estado al que vilipendiaban acudiera a salvarles. De manera que llegaron los fondos públicos, es decir los que aportan los contribuyentes cumplidores, para evitar sus quiebras. Se trataba de elegir el mal menor porque la quiebra hubiera sido todavía más perjudicial. Pero los responsables del desastre siguen campando por sus respetos, encaramados en la cúpula directiva de los bancos y beneficiándose de suculentos bonus, sin que nadie les haya rozado el pelo de la ropa, dispuestos a volver a las andadas bajo fórmulas aún más ingeniosas. Por eso escribe Sebastián Mallaba en el Financial Times que "Goldman's pieties insult our intelligence" y su colega Martin Sandou se pregunta Why Aristotle is the banker's best friend.

El hecho es que solo media docena de expertos, predicaron en el desierto el advenimiento de la crisis. Su examen perspicaz de los datos, que estaban a disposición de todos, les indujeron a concluir ya en 2006 que la situación era insostenible. Entre ellos cabe citar al alemán Max Otte, cuyo libro El crash de la información: los mecanismos de la desinformación cotidiana (Ariel) viene a ser un manual de autoprotección contra la manipulación comunicativa. Pero la pléyade de auditores, analistas, privados y públicos, de las empresas, de los bancos, de las instituciones internacionales y de los gobiernos siguieron en Belén con los pastores. Se sentían instalados en el lucro de crecimiento exponencial, como si hubieran terminado los ciclos, conforme establece la doctrina Cristóbal Montoro, y se hubiera hecho realidad el mito del progreso indefinido.

Reconozcamos que el viento de la crisis nos vino de América, la tierra de promisión del capitalismo que, como nos enseñó Max Weber, tuvo su punto de ignición en el Calvinismo. Quedaba establecido que la prosperidad en esta vida era signo de predestinación para la otra, que cuanto mejor nos fuera aquí abajo, más cerca de la diestra de Dios padre quedaríamos situados allí arriba. De manera que cabía concluir que los ricos son ricos porque son meritorios y dando otra vuelta de tuerca se llega a que los pobres son pobres porque son culpables. De ahí el sinsentido degenerado del capitalismo compasivo que sostiene a los ineficientes y perjudica al sistema. En esa línea conviene atender la indagación de Simon Johnson, antiguo chief of economist del FMI y cofundador del blog económico http://BaselineScenario.com. Se pregunta Johnson si no serán los pobres los responsables de haber causado la más severa crisis global en una generación. En esa línea se encuentra el discurso discrepante al que se acoge la minoría republicana de la Comisión de encuesta sobre la crisis financiera. Sostienen los republicanos que las políticas equivocadas del gobierno fomentaron la compra de viviendas entre gentes relativamente pobres que tomaron hipotecas subprime que eran incapaces de devolver.

Pero Jonson se basa en los estudios de Daron Acemoglu del MIT para indicar que por parte alguna aparecen evidencias de que los políticos de EE UU atiendan las preferencias o deseos de los votantes de rentas inferiores. Por el contrario en los últimos cincuenta años la élite política ha dejado de compartir las preferencias de los votantes pobres y sus puntos de vista se han aproximado a los de quienes se encuentran en lo más alto de la tabla. La combinación de las contribuciones privadas a las campañas electorales, la puerta giratoria entre Wall Street y Washington y el giro ideológico según el cual, lo mejor es la desregulación de las finanzas, ha dejado sin voz a los pobres. Acemoglu prueba que el ímpetu al tsunami de las subprime procedió del sector privado y que fueron los principales actores de Wall Street y no los pobres los que cuando estalló la crisis recibieron las ayudas estatales.

Al final se ha aplicado, como en la parábola de los talentos, el principio de Mateo según el cual, al que tiene se le dará y al que no tiene, incluso lo que no tiene le será quitado. Continuará.

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