Futuro emergente
La próxima década entronará a China como principal potencia económica, la única predicción que promete certeza. Lo demás es incertidumbre y el futuro de la zona euro y del Estado del bienestar son los principales desafíos. Consulta el especial Resumen de la década
La única certeza en los intentos de aventurar qué va a suceder en los próximos diez años es la de que, sea lo que sea lo que depare el porvenir, es hoy por hoy altamente impredecible. Esta pobre y desalentadora predicción es fruto de una incertidumbre que supera con creces al vértigo que producía hace diez años el cambio de milenio. La nueva década sorprende al mundo entero de mudanza, en plena revisión de un statu quo que hasta hace dos años se movía a la lenta velocidad de un transatlántico y que ahora se ve cada día rebasado por desconcertantes acontecimientos.
La previsión más unánime, y quizá la única, para la década que ahora comienza es que las economías occidentales seguirán perdiendo terreno -y poder a escala internacional- en favor de las economías emergentes y que en 2020, EE UU ya no será la mayor potencia económica del mundo. Habrá sido destronada por China. Pero los contornos de este escenario están rodeados de niebla ya que, en paralelo al avance imparable de los países emergentes, las viejas economías occidentales tendrán que afrontar profundas reformas estructurales y duros desafíos de inciertas consecuencias. El futuro de la Unión Económica y Monetaria será uno de ellos. "La actual crisis va a definir hacia dónde va la zona euro. Si garantiza su futuro o si se consolida la corriente anglosajona que vaticina su desintegración", señala Josep Sayeras, profesor titular de economía de Esade. El peso de la deuda, tanto pública como privada, está dibujando una Unión Monetaria Europea a dos velocidades, con la locomotora alemana claramente en cabeza acompañada de Francia y las economías periféricas condenadas al pelotón. Es más, con dos de ellas -Grecia e Irlanda- en deuda también con sus vecinos europeos, de los que han recibido el fondo de rescate con el que afrontar sus problemas económicos, y con otras dos -Portugal y España- bajo presión permanente de los mercados. "Se habla continuamente de las reformas estructurales pendientes, como la laboral, la de pensiones o la de educación, pero no está claro cómo se llevarán a cabo ni tampoco cuáles serán sus efectos", añade Sayeras en alusión a España.
La próxima década será por tanto la de la reconstrucción de la zona euro, siempre y cuando consiga superar todos los obstáculos que la acechan. El año que termina ha certificado las graves lagunas con que se había creado la moneda única y también el repliegue económico de la Vieja Europa.
Los países emergentes liderarán el crecimiento económico de la década
En cambio, el futuro se abre para los países emergentes. "En la próxima década continuará el cambio en el reparto del poder económico mundial. Se abrirá el abanico de países emergentes con pujanza económica, más allá de China, Brasil, India y Rusia, conocidos como los BRIC", señala Federico Steinberg, analista del Real Instituto Elcano. Las nuevas promesas son Indonesia, Corea, México, Egipto, Turquía y Taiwán que, junto a los BRIC, serán responsables de la mitad del crecimiento mundial de los próximos diez años, según estimaciones de BBVA. En cambio, el G7 solo aportará un 14% de ese crecimiento.
Mientras el mundo desarrollado seguirá pagando por una década de excesos, se extenderá el crecimiento en el mundo emergente. Así, Indonesia, Corea, México, Egipto, Turquía y Taiwán -esta vez sin contar a los BRIC- aportarán alrededor del 10% del crecimiento económico mundial hasta 2020, frente al 6% que aportarán las economías de Alemania, Japón, Reino Unido, Canadá e Italia en conjunto.
El poderío emergente incluso será capaz de afrontar la caída de la demanda en el mundo desarrollado. BBVA calcula que el crecimiento de las exportaciones chinas menguará en un tercio, al tiempo que se acelerarán sus importaciones. Aun así, no todo será un camino de rosas para la pujante China, que se enfrenta a sus propios desafíos: la creación de una clase media que consolide el crecimiento futuro en un país con graves desigualdades sociales.
El crecimiento chino también será determinante en otro frente crucial para la economía global, el precio de las materias primas. "La pujanza de los países emergentes y en especial de China, con sus fuertes inversiones en África, va a agravar la competencia por los recursos naturales. El petróleo, el gas y también el agua pueden ser foco de conflictos. En 2020 no se habrá llegado ni mucho menos a un cambio de modelo energético", asegura Steinberg.
El mundo deberá prepararse por tanto en los próximos años para afrontar los retos del cambio climático y preparar el relevo de las fuentes de energía tradicionales por las energías alternativas, un proceso aún muy poco maduro. La década que comienza será crucial, aunque parte con el lastre de que las materias primas - no solo las energéticas sino también los cereales o el algodón- también han entrado bajo la órbita especulativa de los mercados y han disparado sus precios a medida que avanza la crisis, no solo por la fuerte demanda impulsada desde los países emergentes. En definitiva, viejos y eternos problemas cuya solución seguirá hipotecando el futuro.
Hacia un crédito más restringido y un sistema financiero más concentrado
La nueva década arranca con la pesada carga de tener que reconstruir una economía lastrada por los largos años de alegre endeudamiento, y esa deuda es precisamente el factor que va a determinar el futuro a medio plazo de las economías mundiales, la que va a distinguir a los países más prometedores de los países obligados a la purga de sus excesos.Y ese proceso de reducción de la deuda tiene un protagonista indiscutible, el sistema financiero mundial. Ha sido el origen de la actual crisis, al haber abandonado el rigor y el análisis profundo de los riesgos que se asumen en la concesión de créditos, que se otorgaron a manos llenas. Ha sido después el destinatario de fuertes ayudas públicas con las que asegurar su salvamento y garantizar así la supervivencia de una función vital para el sistema: suministrar la financiación necesaria para la actividad económica. Sin embargo, dos años después de la quiebra de Lehman Brothers -que marcó un antes y un después en los principios que habían gobernado a la banca hasta ese momento- la normalidad todavía no ha regresado al sistema financiero mundial y mucho menos aún al español.Con un 20% de desempleo en España, los bancos están concentrados en frenar el impacto de la morosidad y en el saneamiento de la pesada carga inmobiliaria de sus balances. El crédito tendrá que esperar y su recuperación se fía no para 2011 sino ya para 2012. Mientras tanto, las cajas de ahorros están inmersas en un intenso proceso de fusiones que aún no se ha trasladado a los bancos pero que no se descarta para los próximos años. La herencia que deja la presente crisis para el futuro es un crédito que no volverá a fluir con la abundancia de antaño -a menos que se quiera crear otra burbuja- y un sistema financiero mucho más concentrado y, necesariamente, más solvente.Numerosas entidades financieras quedarán en el camino a consecuencia de la crisis y las que sobrevivan deberán ser mucho más rigurosas en la medición de sus riesgos. Y en el conjunto del ámbito empresarial, la obtención de financiación, el recurso más preciado en estos momentos, será un factor determinante para la viabilidad futura. La capacidad de generar confianza en los mercados a la hora de lograr créditos será crucial y quedará reservada en primer lugar para las compañías con menos carga financiera y un balance más saneado. La presencia en mercados emergentes, la gran promesa de crecimiento, también será otro factor que alimentará la generación de beneficios futuros, frente a la decadencia de los mercados desarrollados.