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Columna
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Cantona y otros zombies

John Quiggin, autor del recientemente publicado Zombie Economics, defiende que las ideas económicas desacreditadas acaban pareciéndose a los muertos vivientes de las películas adolescentes; peligrosas y difíciles de eliminar. Cuando menos lo esperas se te cuelan por la ventana de casa y acaban con la vida de la rubia angelical después de intentar terminar con la tuya. Una de las ideas zombie más destacadas es la del fin de los ciclos económicos. El famoso "esta vez es diferente" que Carmen Reinhart consideraba la idea más peligrosa de la historia de la economía y que en su última aparición antes de la crisis comenzada en 2007 fue denominada la gran moderación. Antes la vimos con las puntocom. O en el verano anterior al crash del 29. La idea, propia de tiempos de prosperidad, se resume en que los ciclos económicos han terminado. Que las vacas gordas nunca adelgazan. Un zombie tamaño XXL.

La inmortalidad de las ideas zombies puede explicarla en parte la psicología económica; resulta que nos da alergia cambiar de opinión. En buena parte de las ocasiones, evidencias que prueban que nuestras creencias anteriores eran erróneas solo sirven, paradójicamente, para que nos enroquemos de manera numantina en nuestro error. En lugar de cambiar de opinión nos aferramos a la equivocación.

A este fenómeno se le ha llamado backfire effect y ha sido testado por académicos norteamericanos en asuntos como las opiniones políticas, la pena de muerte o el control de armas. Los académicos han probado también que cuanto más ideologizada está la idea, mayor es la intensidad del efecto contrario que se produce. Por eso las discusiones familiares sobre política alrededor del pavo de Navidad tienen una mayor probabilidad de terminar en derramamiento de sangre que en un cambio de opinión de uno de los cuñados.

Viene esto al caso de la madre de todas las teorías (pseudo) económicas zombies. Abanderada en su reaparición más reciente por Eric Cantona -ya saben, el futbolista recordado por haber dado una patada a un espectador que le llamó feo (esto último es mío)- y su llamamiento a retirar el dinero de los bancos para provocar su desaparición y la de la horrible economía de mercado (esto es suyo).

La disparatada iniciativa de Cantona tiene su origen en la creencia, bastante extendida, por otra parte, de que la economía de mercado está basada en la explotación de la mayoría en beneficio de una minoría. Nada más lejos de la realidad.

El historiador Davis S. Landes relataba la muerte de Nathan Rothschild, la persona más rica del mundo en su día. Murió en 1836, antes de cumplir los 60 años, de una dolencia que hoy es fácilmente curable para alguien que tenga a mano una farmacia o un centro sanitario. El precio del remedio que le hubiera salvado la vida equivale hoy a unos pocos minutos de trabajo para un ciudadano mal pagado de las economías avanzadas y de las que lo son menos.

Rothschild tampoco disfrutó de los 20 años adicionales que puede esperar hoy un ciudadano europeo. Matt Ridley, abundando en la misma tesis en The Rational Optimist (Harper Collins, 2010), afirmaba que en 2005 un habitante medio del planeta tenía unos ingresos reales que multiplicaban por tres los de 1955, ingería un 30% más de calorías, había visto disminuir dramáticamente la mortalidad infantil y tenía una menor probabilidad de morir a causa de la violencia, de ser analfabeto y de fallecer víctima de numerosas enfermedades. Según relata -de acuerdo con la Organización de Naciones Unidas- la pobreza se ha reducido más en los últimos cincuenta años que en los quinientos anteriores.

Ridley afirma asimismo, provocativamente, que los oficialmente pobres en las economías desarrolladas de hoy disfrutan en su mayoría de comodidades que Cornelius Vanderbilt, magnate estadounidense del siglo XIX y una de las mayores fortunas de la historia, no pudo ni soñar. Lo anterior ha coincidido con la extensión de la economía de mercado, basada en el intercambio y la especialización, en casi todos los rincones del globo. En los últimos doscientos años ha mejorado la vida de casi todos, no solo las de los privilegiados.

Por supuesto, no pretendo minusvalorar la gravedad de los problemas de desempleo, pobreza y exclusión social a los que nos enfrentamos. Solo afirmar que quizá Cantona no debería buscar la solución en la idea zombie del capitalismo explotador. Aunque sé que esto solo servirá para que se reafirme en su opinión. Espero, tan solo, que no intente darme una patada.

Ramón Pueyo. Director de Global Sustainability Services de KPMG.

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